Los Diez Mandamientos son:
1.
Amarás a Dios sobre todas las cosas
2.
No Tomarás el nombre de Dios en vano
3.
Santificarás las fiestas
4.
Honrarás a tu padre y a tu madre
5.
No matarás
6.
No cometerás actos impuros
7.
No robarás
9.
No consentirás pensamientos ni deseos impuros
10.
No codiciarás los bienes ajenos
Aunque la mayoría de las fórmulas empleadas en la lista
de los Diez Mandamientos, están redactadas en forma de prohibiciones, son
verdaderas invitaciones positivas para actuar como Jesús quiere que actuemos.
PRIMER MANDAMIENTO: "Amarás a Dios sobre
todas las cosas"
"Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único
Señor y tú amarás a Iahvé tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con
todas tus fuerzas" (De 6,4-5) "Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma y con toda tu mente" (Mt 22,37).En el Evangelio
de San Mateo, Jesús resumió los deberes del hombre para con Dios de manera muy
clara, afirmando el primer mandato del Decálogo. Dios se da a conocer
recordando su acción todopoderosa, bondadosa y liberadora en la historia de aquel a quien se dirige: "Yo
te saqué del país de Egipto, de la casa de la servidumbre" (Ex 20,2) La
primera palabra contiene el primer mandamiento de la ley. La primera llamada y
la justa exigencia de Dios consisten en que el hombre lo acoja y lo adore.El
primero de los preceptos abarca la Fe, la Esperanza y la Caridad. Porque Dios
es constante, inmutable, siempre el mismo, fiel, perfectamente justo, el hombre
debe necesariamente aceptar sus palabras y tener en Él una fe y una
confianza completas. Él es todopoderoso, clemente, infinitamente inclinado a
hacer el bien. ¿Quién podría no poner en Él todas sus esperanzas? Y quién podrá
no amarlo contemplando todos los tesoros de bondad y de ternura que ha
derramado en nosotros? De ahí esa fórmula que Dios emplea en la Sagrada
Escritura tanto al comienzo como al final de sus preceptos: "Yo soy el
Señor"
La Fe
La Fe es una virtud teologal, el cristiano la recibe en
el Bautismo. Consiste en Creer en Dios, en lo que Él es: Amor infinito. En
creerle a Dios; a su Revelación; en abandonarse a sus proyectos y a su
voluntad. La vida moral tiene su fuente en la fe en Dios que
nos revela su amor. S. Pablo habla de la "obediencia de la fe" como de la primera
obligación. Hace ver en el "desconocimiento de Dios" el principio de
la explicación de todas las desviaciones morales (cf. ROM 1, 5ss). Nuestro
deber para con Dios es creer en Él y dar testimonio de Él.
El primer mandamiento nos pide que alimentemos y
guardemos con prudencia y vigilancia nuestra fe y que
rechacemos todo lo que se opone a ella.
Hay diversas maneras de pecar contra la fe:
La duda voluntaria respecto a la fe descuida o rechaza
tener por verdadero lo que Dios ha revelado y la Iglesia propone creerla duda
involuntaria es la vacilación en creer, la dificultad de superar las objeciones
con respecto a la fe o la ansiedad suscitada por la oscuridad de ésta. Si la
duda se fomenta deliberadamente, puede conducir a la ceguera del espíritu. La
incredulidad es el menosprecio de la verdad revelada o el rechazo voluntario a las verdades de fe.
Se llama herejía la negación de un dogma (verdad que ha de creerse); se llama
apostasía al rechazo total de la fe cristiana; cisma es el rechazo de la
sujeción al Sumo Pontífice o de la comunión de los miembros de la Iglesia.
La Esperanza
La Esperanza es una virtud teologal que el cristiano
recibe en el Bautismo. Consiste en confiar en la bondad y providencia de Dios,
esperando recibir de Él lo necesario para nuestro bien y salvación. Cuando Dios
se revela y llama al hombre, éste no puede responder plenamente al amor divino
por sus propias fuerzas. Debe esperar que Dios le dé capacidad de devolverle el
amor y de obrar conforme a los mandamientos de la caridad. La esperanza es aguardar confiadamente la bendición
divina y la bienaventurada visión de Dios; es también el temor de ofender el
amor de Dios.
La desesperación, cuando el hombre deja de esperar de
Dios su salvación personal, el auxilio para llegar a ella o el perdón de sus
pecados. Se opone a la bondad de Dios, a su Justicia. La presunción, es cuando
el hombre presume de sus capacidades (esperando salvarse sin la ayuda de lo
alto), o cuando el hombre presume de la omnipotencia o la misericordia divinas (esperando obtener su perdón
sin conversión y la gloria sin mérito.
La Caridad
La caridad es la mayor de las tres virtudes teologales (Cf. 1Cor 13); el cristiano
la recibe en el Bautismo. Es el Amor, a Dios y al prójimo. La fe en el amor de
Dios encierra la llamada y la obligación de responder a la caridad divina
mediante un amor sincero. El primer mandamiento nos ordena amar a Dios sobre todas
las cosas y a las criaturas por Él y a causa de Él.
Se puede pecar de diversas maneras contra el
amor de Dios:
La indiferencia descuida o rechaza la consideración del
amor divino; desprecia su acción y niega su fuerza.
La ingratitud omite o se niega a reconocer el amor divino
y devolverle amor por amor.
La tibieza es una vacilación o negligencia en responder
al amor divino.
La acedía o pereza espiritual llega a rechazar el gozo
que viene de Dios y a sentir apatía por el bien divino.
El odio a Dios tiene su origen en el orgullo, se opone al
amor de Dios, cuya bondad niega y lo maldice, porque condena el pecado e
inflige penas.
Religión y devoción
La adoración es el primer acto de la virtud de la
religión. Adorar a Dios es reconocerle como Dios, como Creador y Salvador,
Señor y Dueño de todo lo que existe, como Amor infinito y misericordioso. La
adoración del Dios único libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la
esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo. Los actos de fe, esperanza y
caridad que ordena el primer mandamiento se realizan en la oración. La elevación del espíritu hacia Dios es una expresión
de nuestra adoración a Dios. Es justo ofrecer a Dios sacrificios en señal de
adoración y de gratitud, de súplica y de comunión. El sacrificio exterior, para
ser auténtico, debe ser expresión del sacrificio espiritual. El voto es una
promesa deliberada y libre hecha a Dios acerca de un bien posible y mejor, es
un acto de devoción en el que el cristiano se consagra a Dios o le promete una
obra buena. La fidelidad a las promesas hechas a Dios es una manifestación de
respeto a la Majestad divina y de amor hacia el Dios fiel.
Pecados contra el primer mandamiento
El primer mandamiento prohíbe honrar a dioses distintos
del Único Señor que se ha revelado a su pueblo. Son pecados contra este mandamiento:
La superstición que es la desviación del
sentimiento religioso y de las prácticas que impone. Hay superstición cuando se
pretende utilizar y poner de parte de uno los poderes divinos. Ejemplo de una
práctica de superstición: creer en la "buena o mala suerte" y buscar
controlarla con objetos, piedras, imágenes, hierbas, perfumes, etc La
idolatría, es una tentación constante de la fe. Consiste en divinizar lo que no
es Dios. Hay idolatría desde el momento en que el hombre honra y reverencia a
una criatura, a una situación, o a una materia en lugar de Dios. Magia o
hechicería, es una perversión de la religión, al tratar de hacer reaccionar las
fuerzas divinas por medio de determinados actos. También la llamada "magia
blanca", es un pecado contra el primer mandamiento. La adivinación es una práctica radicalmente
contraria a la actitud de confianza que debe distinguir a un cristiano,
buscando conocer y manipular el futuro. Todas las formas de adivinación deben
rechazarse: el espiritismo, la consulta a horóscopos, cartas, médium, etc. La
irreligión, cuyos principales pecados son: tentar a Dios, poniendo a prueba de
palabra o de obra, su bondad y omnipotencia; el sacrilegio, profanar o tratar
indignamente los sacramentos y acciones litúrgicas, las personas, cosas
y lugares consagrados a Dios; la simonía, es la compra o venta de cosas
espirituales. El ateísmo, es rechazar o negar la existencia de Dios.
SEGUNDO MANDAMIENTO: "No tomarás el Nombre
de Dios en vano"
El segundo mandamiento prescribe respetar el nombre del
Señor. Pertenece, como el primero, a la virtud de la religión. Regula
particularmente el uso de nuestra palabra en las cosas santas. El nombre de
Dios es santo, por eso el hombre no puede hacer mal uso de él; ha de emplearlo
para bendecirlo, alabarlo y glorificarlo. Este Mandamiento se refiere a tener
sentido de lo sagrado.
Pecados contra el segundo mandamiento
El Segundo Mandamiento habla del respeto hacia
el Nombre de Dios y hacia todo lo sagrado, por lo que prohíbe:
Abusar del nombre de Dios, es decir, dar uso
inconveniente a su nombre (de las Tres Personas Divinas), al de la Virgen María y de todos los
santos. Las promesas
hechas a otro en nombre de Dios comprometen el honor, la fidelidad, la
veracidad y la autoridad divinas. La
blasfemia, consiste en proferir contra Dios -interior o exteriormente- palabras
de odio, de reproche, de desafío; en injuriar a Dios, faltarle a respeto en las
expresiones. Esa prohibición se extiende a las palabras contra la Iglesia de Cristo, los santos y las cosas sagradas. Es también blasfemo usar el nombre
de Dios para justificar prácticas criminales, reducir pueblos a servidumbre,
torturar o dar muerte. Jurar en falso y
perjuro, es invocar a Dios como testigo de una mentira o de una promesa que no
se tiene intención de cumplir.
TERCER MANDAMIENTO: "Santificarás las
Fiestas"
En el Antiguo Testamento, el tercer mandamiento proclama
la santidad del sábado: "el día séptimo será día de descanso completo,
consagrado al Señor" (Ex 31,15). La escritura hace a este propósito
memoria de la creación; ve también en el día del Señor un memorial de la
liberación de Israel de la esclavitud de Egipto. Dios confió a Israel el sábado
para que lo guardara como signo de la alianza inquebrantable. El sábado
interrumpe los trabajos cotidianos y concede un respiro. Es un día de protesta
contra las servidumbres del trabajo y el culto al dinero. Jesús nunca falta a
la santidad de este día, (cf. Mc.1,21; Jun. 9,16), sino que con autoridad da la
interpretación auténtica de esta ley: "El sábado ha sido instituido para
el hombre y no el hombre para el sábado" (Mc 2,27). Jesús resucitó de entre los muertos "el
primer día de la semana". En cuanto es el "octavo día", que
sigue al sábado, significa la nueva creación inaugurada con la resurrección de Cristo. Para los cristianos vino a ser el primero de todos los
días, la primera de todas las fiestas, el día del Señor. El sábado que
representa la coronación de la primera creación es sustituido por el domingo
que recuerda la nueva creación (Ver: Año Litúrgico - Domingo, Día del Señor). El
culto de la ley preparaba el misterio de Cristo, y lo que se practicaba en ella
prefiguraba algún rasgo relativo a Cristo. La celebración del domingo cumple la
prescripción moral, celebrando cada semana al Creador y Redentor. La celebración dominical tiene un papel
principalísimo en la vida de la Iglesia, esta práctica se remonta a sus
primeros años (cf. Hch 2,42-46; 1 Col 11,17). La Eucaristía (Santa Misa) del domingo
fundamenta y confirma toda la práctica cristiana. Por eso los fieles están
obligados a participar de la Misa todos los
domingos y días de precepto, a no ser que tengan una razón seria (enfermedad, cuidado de niños pequeños, etc) o que
estén dispensados por su propio pastor.
* Los que deliberadamente faltan a esta obligación
cometen un pecado grave *
Los cristianos deben santificar también el domingo
dedicando a su familia el tiempo y las atenciones que no se les pueden dar los
otros días de la semana. El domingo y las demás fiestas de precepto los fieles
deben abstenerse de aquellos trabajos que impidan dar culto a Dios, gozar de la
alegría propia del día del Señor o disfrutar del debido descanso de la mente y
del cuerpo. Todo cristiano debe evitar imponer a otro, sin necesidad,
impedimento para guardar el día del Señor.
CUARTO MANDAMIENTO: "Honra a tu
padre y a tu madre"
"Les doy este mandamiento nuevo: que se amen unos a
otros… como yo los he amado" (Jn 13,34)
"… pues el que ama al prójimo ha cumplido la Ley.
…..Con el amor, no se hace ningún mal al prójimo. Por esto en el amor cabe toda
la Ley" (Rm 13,8-10)
A partir del 4° Mandamiento, la Ley de Dios se refiere al
amor al prójimo, es el nuevo mandamiento al que Jesús se refiere en el
Evangelio.
El Cuarto Mandamiento lleva consigo una promesa:
"Para que seas feliz y se prolongue tu vida sobre la tierra" (Efe 6,
1-3).
Dios quiso que después de a Él, honráramos a nuestros
padres. Este mandamiento se dirige expresamente a los hijos en sus
relaciones con sus padres, así como también a las relaciones de parentesco con
los miembros del grupo familiar. Exige que se dé honor, afecto y reconocimiento
a los abuelos y antepasados. Finalmente se extiende a los deberes de los
alumnos respecto a los maestros, de los empleados respecto a los patronos, de
los subordinados respecto a sus jefes, de los ciudadanos respecto a su patria,
a los que la administran o la gobiernan.
Este mandamiento implica y sobreentiende los deberes de los padres,
tutores, maestros, jefes, magistrados, gobernantes, de todos los que ejercen
una autoridad sobre otros o sobre una comunidad de personas.
Obligaciones
Al observar este mandamiento obtenemos no sólo frutos
espirituales, también frutos temporales de paz y de prosperidad. Y al
contrario, desobedecerlo, produce grandes daños para las comunidades y las
personas. El cuarto mandamiento se
refiere primero al matrimonio y la familia, -instituidos por Dios al
crear al hombre y a la mujer- busca el bien de los esposos y el reconocimiento de la igual dignidad de todos sus miembros. En la familia,
célula original de la vida social, es en donde se aprende a honrar a Dios y a
respetar a las personas.
El cuarto mandamiento:
Ilumina nuestras relaciones en la sociedad, conforme a la
dignidad de todas las personas deseosas de justicia y fraternidad. Recuerda a los hijos sus deberes
para con los padres: respeto, gratuidad, justa obediencia y ayuda. Tiene que ver con el respeto
filial para las relaciones entre hermanos y hermanas. Se refiere a la gratuidad con aquellos de
quienes se recibieron el don de la fe, la gracia del Bautismo y la vida en la
Iglesia: padres, abuelos, pastores, catequistas, maestros, amigos y otros
miembros de la familia. Recuerda a los
padres el deber de atender en la medida de lo posible, las necesidades materiales
y espirituales de los hijos y respetar y favorecer la vocación de cada uno,
mirándolos siempre como hijos de Dios, respetándolos como personas humanas con
deberes y derechos. Nos ordena también
honrar a todos los que para nuestro bien, han recibido de Dios una autoridad en
la sociedad y ordena a quien ejerce una autoridad que lo haga como un servicio,
manifestando una justa jerarquía de valores que faciliten el ejercicio de la libertad y de la
responsabilidad de cada uno, respetando los derechos fundamentales de la
persona humana. Todos los actos
contrarios a las actitudes mencionadas, son pecados contra el cuarto
mandamiento.
QUINTO MANDAMIENTO: "No Matarás"
La vida humana es sagrada, porque desde su inicio es
fruto de la acción creadora de Dios. Sólo Dios es Señor de la vida desde su
comienzo hasta su término; nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el
derecho de matar de modo directo a un ser humano. Este mandamiento obliga a
todos y a cada uno, siempre y en todas partes. En el Sermón de la Montaña, el
Señor recuerda el precepto "No Matarás" (MT 5,21) y añade el rechazo
absoluto de la ira, del odio y de la venganza; más aun, Cristo exige a sus
discípulos presentar la otra mejilla, amar a los enemigos. La legítima defensa
de las personas y las sociedades no es una excepción a la prohibición de la
muerte. Es legítimo hacer respetar el propio derecho a la vida. El que defiende
su vida no es culpable de homicidio, incluso cuando se ve obligado a asestar a
su agresor un golpe mortal. La legítima defensa es un derecho y un deber, para
el que es responsable de la vida de otro, del bien común de la familia o de la
sociedad. La Iglesia ha reconocido el
derecho y deber de las autoridades para aplicar penas proporcionadas a la
gravedad de un delito, sin excluir, en casos de extrema gravedad, el recurso de
la pena de muerte, siempre y cuando otros medios no basten para defender las
vidas humanas contra el agresor y para proteger de él el orden público y la
seguridad de las personas, pues en tal caso, la autoridad se limitará a emplear
los medio que correspondan mejor al bien común y sean más conformes con la
dignidad de la persona humana.
Son pecados contra el quinto mandamiento:
El homicidio directo y voluntario, como también hacer
algo con intención de provocar indirectamente la muerte de una persona o
exponer a alguien sin razón grave a un riesgo mortal, así como negar la
asistencia a una persona en peligro. El aborto, pues la vida humana debe ser respetada y protegida de
manera absoluta desde el momento de la concepción. El embrión debe ser
defendido atendido y cuidado médicamente como cualquier otro ser humano. La
cooperación formal a un aborto constituye una falta grave. El aborto directo, es decir,
buscado como un fin o como un medio, es una práctica infame. La Iglesia
sanciona con pena canónica de excomunión este delito contra la vida humana.
La eutanasia, consiste en poner fin a la vida de personas
disminuidas, enfermas o moribundas, cualquiera que sean los motivos o los
medios, es moralmente inaceptable, constituye un homicidio gravemente contrario
a la dignidad de la persona humana y al respeto a Dios nuestro Creador. Las
personas enfermas deben de ser atendidas para que lleven una vida digna y tan
normal como sea posible.
El suicidio, cada uno es responsable de su vida delante
de Dios que se la ha dado. Somos administradores y no propietarios de la vida,
no disponemos de ella. El suicidio es gravemente contrario a la justicia, a la esperanza y a la caridad; pero,
trastornos psíquicos graves, la angustia o el temor a la prueba, al sufrimiento
o a la tortura, pueden disminuir la responsabilidad del suicida. Dios puede
haberles facilitado por caminos que Él sólo conoce, la ocasión de un
arrepentimiento salvador. La Iglesia ora por las personas que han atentado
contra su vida.
El escándalo es la actitud o comportamiento que induce a
otro a hacer el mal, puede ocasionar la muerte espiritual, puede ser provocado
por la ley o por las instituciones, por la moda o por la opinión; por esto,
constituye una falta grave. Adquiere una gravedad particular según la autoridad
de quienes lo causan o la debilidad de quienes lo padecen; inducir a un niño al
pecado es muy grave, Jesús habló severamente de ello: "Si alguien hace
caer en pecado a uno de estos pequeños que creen en mi, mejor sería que le
amarraran al cuello una piedra de molino y lo tiraran al mar" (Mt 18, 6;
Cf. 1Co 8, 10-13).
Otras acciones que atentan contra el quinto
mandamiento son:
El descuido de la salud física con excesos en la comida,
el alcohol, el tabaco y las medicinas.
El uso de drogas, la producción clandestina y el tráfico
de éstas.
La experimentación en seres humanos.
Los secuestros, el terrorismo, la tortura, las amputaciones,
mutilaciones o esterilizaciones directamente voluntarias de personas inocentes.
El odio, la cólera y el deseo de venganza; son contrarios
a la caridad.
Otras disposiciones
Los cuerpos de los difuntos deben ser tratados con
respeto y caridad en la fe y la esperanza de la resurrección.
La autopsia de los cadáveres es moralmente permitida
cuando hay razones legales o de investigación científica.
El don gratuito de órganos después de la muerte es
legítimo y meritorio.
La iglesia permite la incineración cuando con ella no se
cuestiona la fe en la resurrección de los cuerpos.
El respeto y el desarrollo de la vida humana exigen la
paz terrenal que es imagen y fruto de la paz de Cristo, por esto, todo
ciudadano y todo gobernante están obligados a evitar las guerras.
La carrera de armamentos es una plaga gravísima de la
humanidad y perjudica a los pobres de modo intolerable.
"Bienaventurados los que construyen la paz, porque
ellos serán llamados hijos de Dios" (Mt 5,9).
SEXTO MANDAMIENTO: " No cometerás actos
impuros"
Dios es amor y vive en sí mismo un misterio de comunión
personal de amor. Creándola a su imagen, Dios inscribe en la humanidad del
hombre y de la mujer la vocación y, consiguientemente la capacidad y la
responsabilidad del amor y de la comunión.
La tradición de la Iglesia ha entendido el sexto mandamiento como
referido a la globalidad de la sexualidad humana. La Sexualidad abraza todos
los aspectos de la persona humana, en la unidad de su cuerpo y de su alma.
Corresponde a la afectividad, o la capacidad de amar y de procrear y, de manera
más general, a la aptitud para establecer vínculos de comunicación con otro. Cada uno, hombre y mujer, debe reconocer y
aceptar su identidad sexual. La diferencia y complementariedad físicas, morales
y espirituales, están orientadas a los bienes del matrimonio y al desarrollo de la vida familiar,
así como a la armonía de la pareja humana y de la sociedad. Dios da la dignidad
personal de igual modo al hombre y a la mujer y cada uno de los dos sexos es,
aunque de manera distinta, imagen del poder y de la ternura de Dios. La unión
del hombre y de la mujer en el matrimonio es una manera de imitar en la carne
la generosidad y la fecundidad del Creador.
El matrimonio
La sexualidad mediante la cual el hombre y la mujer se
dan el uno al otro con los actos propios y exclusivos de los esposos, no es algo puramente biológico, sino que afecta al
núcleo íntimo de la persona humana en cuanto tal. Ella se realiza de modo
verdaderamente humano solo cuando es parte integral del amor con el que el
hombre y la mujer se comprometen totalmente entre sí hasta la muerte. Sus
expresiones de amor son honestas y dignas, pues significan y fomentan la
recíproca donación que los enriquece mutuamente.
Muchas ofensas a la dignidad del matrimonio,
son faltas contra el sexto mandamiento:
El adulterio, se refiere a la infidelidad conyugal.
Existe cuando un hombre y una mujer, de los cuales al menos uno está casado,
establecen una relación sexual, aunque sea ocasional. Es una injusticia contra
el cónyuge y contra los hijos, y es una falta a los compromisos contraídos. Es
un pecado grave. El divorcio es una
ofensa grave a la ley natural. Pretende romper el contrato, aceptado libremente
por los esposos. Si se contrae una nueva unión, aunque reconocida por la ley
civil, se aumenta la gravedad de la ruptura; el cónyuge casado de nuevo se haya
entonces en situación de adulterio público y permanente. Existe sin embargo, la
situación de separación de los esposos, que puede ser legítima en ciertos casos
previstos por el Derecho Canónico.
La poligamia, niega directamente el designio de Dios, tal
como es revelado desde los orígenes, porque es contrario a la igual dignidad
personal del hombre y de la mujer, cuya unión conyugal debe ser única y
exclusiva. El incesto, es la relación
carnal entre parientes dentro de ciertos grados (Cf. Lv 18, 7-20; 1Co 5,
1.4-5). Esta práctica corrompe las relaciones familiares y representa una
regresión a la animalidad. La unión
libre (o sea, el concubinato o convivencia), es cuando el hombre y la mujer se
niegan a dar forma jurídica y pública a una unión que implica la intimidad
sexual. Es contraria a la ley moral, pues el acto sexual debe tener lugar
exclusivamente en el matrimonio; fuera de éste constituye siempre un pecado
grave y excluye de la comunión sacramental.
La castidad es una virtud, significa lograr la
integración de la sexualidad en la persona, y en la unidad interior del hombre
en su cuerpo y en su alma; implica un aprendizaje del dominio de sí, que es una
forma de practicar la libertad humana: el hombre puede elegir entre controlar
sus pasiones y obtener la paz, o dejarse dominar por ellas y hacerse
desgraciado. El dominio de sí mismo es una obra que dura toda la vida. Supone
un esfuerzo continuo. Hombres y mujeres
han de saber que, es posible hoy vivir el valor de la castidad si, deciden
permanecer fieles a las promesas de su bautismo y resistir las tentaciones,
buscando para ello los medios, como el conocimiento de sí, la frecuencia de la oración y los sacramentos y la obediencia a los mandamientos
divinos. Esta virtud forma parte de la virtud cardinal de la templanza, que sirve para impregnar de
racionalidad las pasiones y los apetitos de la sensibilidad humana. La castidad es un don de Dios, una gracia,
un fruto del trabajo espiritual. El Espíritu Santo concede al bautizado poder
imitar la pureza de Cristo. La castidad se expresa y se desarrolla
especialmente en la amistad con el prójimo, ésta representa un gran bien para
todos, conduce a la comunión espiritual.
Todo bautizado es llamado a la castidad según
su estado de vida:
El casado es llamado a vivir la castidad conyugal y la
fidelidad.
El soltero practica la castidad en la continencia.
El consagrado vive la castidad en la virginidad o el
celibato.
Los novios deben ayudarse mutuamente a crecer en la
castidad en la continencia.
Pecados contra el sexto mandamiento:
Son muchas las ofensas a la castidad, por
tanto, pecados contra el sexto mandamiento:
La lujuria, es el deseo o goce desordenado del placer
sexual, es decir cuando es buscado por sí mismo, separando las finalidades de
procreación y entrega amorosa. Es además un pecado capital.
La masturbación, es la excitación voluntaria de los
órganos genitales para obtener placer sexual; es un acto por sí mismo
desordenado y egoísta, pues contradice la finalidad de la mutua entrega y de la
procreación. La fornicación, es la unión sexual entre un hombre y una mujer
fuera del matrimonio. Es gravemente contraria a la dignidad de las personas y
de la sexualidad humana. Es además, un escándalo grave cuando hay de por medio
la corrupción de menores. El adulterio, ofende además a la dignidad del
matrimonio, pues se refiere a la infidelidad conyugal. Existe cuando un hombre
y una mujer, de los cuales al menos uno está casado, establecen una relación
sexual, aunque sea ocasional. Es una injusticia contra el cónyuge y contra los
hijos, y es una falta a los compromisos contraídos. La pornografía, consiste en dar a conocer actos
sexuales reales o simulados, y en exhibir el cuerpo con el fin de provocar
placer o excitación. Es una falta grave, tanto de quien se exhibe, de quien la
promueve y de quien la busca (actores, comerciantes, público). Ofende
gravemente la castidad y a la dignidad de las personas involucradas, pues cada
uno viene a ser para otro, objeto de placer rudimentario. La prostitución atenta contra la dignidad de
la persona que se prostituye, pues queda reducida a objeto y, de quien la
consume, pues peca gravemente contra sí mismo; quebranta la castidad que
prometió en el bautismo y mancha su cuerpo, templo del Espíritu Santo. La
prostitución es siempre un pecado, pero la miseria, el chantaje y la presión
social pueden atenuar la culpa. La
violación, es forzar o agredir con violencia la intimidad sexual de una persona.
Atenta contra la justicia y la caridad; lesiona profundamente el derecho al
respeto, a la libertad, a la integridad física y moral. Es siempre un grave
pecado, un acto malo en sí mismo. Peor aun si es cometida por parte de los
padres (incesto) o de cuidadores con los niños que les son confiados.
Homosexualidad
La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o
mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante hacia
personas del mismo sexo. Su origen psíquico permanece en gran medida
inexplicado. La Sagrada Escritura la presenta como depravación grave (cf. Gen
9,1.29; ROM 1, 24-27). La Iglesia
declara que los actos homosexuales son en sí mismos desordenados; contrarios a
la ley natural; cierran el acto sexual al don de la vida; no proceden de una
verdadera complementariedad afectiva y sexual; no pueden recibir aprobación en
ningún caso. Para los hombres y mujeres que presentan tendencias homosexuales
instintivas que no han elegido su condición homosexual, ésta constituye una
auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza, evitando
todo signo de discriminación injusta. Si estas personas son
cristianas, han de realizar la voluntad de Dios, uniendo al sacrificio de Cristo
las dificultades que encuentren por su condición. Están llamadas a la castidad,
mediante el dominio de sí, la educación de la libertad interior y a veces
mediante el apoyo de una amistad desinteresada. La oración y la gracia
sacramental son muy importantes para ellos, para que consigan la perfección
cristiana.
SÉPTIMO MANDAMIENTO: "No Robarás"
El séptimo mandamiento prohíbe tomar o retener
el bien del prójimo injustamente y perjudicar de cualquier manera al prójimo en
sus bienes.
El derecho a la propiedad privada, adquirida por el
trabajo, o recibida de otro por herencia o regalo, constituye para el hombre al
servirse de estos bienes, la oportunidad de no considerar las cosas externas
sólo como suyas, sino también como comunes, en el sentido de que han de
aprovechar no sólo a él, sino también a los demás. La práctica de la templanza ayuda a moderar el apego a los bienes
de este mundo; a la práctica de la justicia; a preservar los derechos del
prójimo y darle lo que le es debido; y a la práctica de la solidaridad, según
la generosidad del Señor. El octavo
mandamiento tiene relación directa con la justicia, por lo que es preciso que
todas las actividades humanas apunten a esta virtud.
Pecados contra el séptimo mandamiento
Toda forma de tomar, retener injustamente el
bien ajeno, aunque no contradiga las disposiciones de la ley civil, es pecado
contra el séptimo mandamiento:
El robo, es decir, la usurpación del bien ajeno contra la
voluntad de su dueño.
Retener deliberadamente bienes prestados u objetos
perdidos.
Defraudar en el ejercicio del comercio.
Pagar salarios injustos.
Elevar los precios especulando con la ignorancia o la
necesidad ajenas.
Incumplir promesas o contratos que se hayan hecho
justamente.
Celebrar contratos injustos que dañen el respeto a los
bienes ajenos.
Esclavizar seres humanos por cualquier motivo; comprar,
vender o cambiar seres humanos como mercancía.
Ecología
El séptimo mandamiento exige el respeto a la integridad
de la creación, ya que los animales, las plantas y los seres inanimados, están
naturalmente destinados al bien común de la humanidad pasada, presente y
futura.
Exige también el uso responsable de los recursos
naturales.
El hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida
económica y social, por tanto, debemos procurar que los bienes creados por Dios
para todos, lleguen de hecho a todos, en justicia y caridad.
Trabajo humano
El trabajo humano tiene un valor primordial; es un deber
de todos los hombres "Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma"
(2 Tés 23,10; cf. 1 Tés 4,11). El
trabajo es para el hombre y no el hombre para el trabajo, éste puede ser un
medio de santificación y de animación de las realidades terrenas en el espíritu
de Cristo. El trabajo también es un
derecho, cada cual debe poder sacar del trabajo los medios para sustentar su
vida y la de los suyos y para prestar servicio a la comunidad humana. Los responsables de las empresas tienen la
responsabilidad económica y ecológica de sus operaciones. Deben considerar el
bien de las personas y no solamente el aumento de las ganancias. Deber hacer
accesible el trabajo a todos sin discriminación injusta. Deben dar un salario justo,
negarlo o retenerlo es contra el séptimo mandamiento.
Solidaridad
El amor a los pobres pertenece a la tradición de la
Iglesia, es incompatible con el amor desordenado de las riquezas o su uso
egoísta. En la miseria humana, bajo diferentes formas, (indigencia material,
opresión injusta, enfermedades...) se ve manifiesta la debilidad que el hombre
hereda tras el primer pecado. Por eso, los oprimidos -amados por Jesucristo-
son objeto de un amor preferencial por parte de la Iglesia. Las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las
cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales,
estas acciones van de la mano con el séptimo mandamiento. En la multitud de
seres humanos sin pan, sin techo, sin patria, hay que reconocer y oír a Jesús
que dice: "Cuanto dejaste de hacer con uno de éstos, también conmigo
dejaste de hacerlo" (Mt 25,45).
OCTAVO MANDAMIENTO "No darás falso
testimonio ni mentirás"
"Digan sí, cuando es sí, y no, cuando es no; porque
lo que se añade lo dicta el demonio" (M. 5,37). El octavo mandamiento prohíbe falsear la
verdad en las relaciones con el prójimo. Dios es la Verdad, por tanto el hombre
está llamado a vivir en la verdad, faltar a ella es un rechazo y una
infidelidad a Dios. Jesús nos revela "Yo soy... la Verdad...." (Jun.
14,6). El discípulo de Jesús, "permanece en su palabra", para conocer
"la verdad que hace libre" (cf. Jun. 8, 31-32), Jesús enseña a sus
discípulos el amor incondicional de la verdad.
La verdad es la rectitud de la acción y de la palabra humana, se llama
veracidad, sinceridad o franqueza; es la virtud que consiste
en mostrarse veraz en los propios actos y en decir verdad en sus palabras,
evitando la duplicidad, la simulación y la hipocresía. Santo Tomás de Aquino
decía que "los hombres no podrían vivir juntos si no tuvieran confianza
recíproca, es decir, si no se manifestasen la verdad. En justicia, un hombre
debe honestamente a otro la manifestación de la verdad". Cristo dijo ante Pilato que había
"venido al mundo; para dar testimonio de la verdad" (Jn 18,37).
El testimonio es un acto de justicia que establece o da a
conocer la verdad. El cristiano no debe "avergonzarse de dar testimonio
del Señor" (2 Tm 1,8).
En las situaciones que exigen dar testimonio de la fe, el
cristiano debe profesarla sin ambigüedad. El martirio es el supremo testimonio
de la verdad de la fe; habla de un testimonio que llega hasta la muerte.
Toda falta cometida contra la justicia y la verdad exige
el deber de reparación, aunque su autor haya sido perdonado. Es decir, no basta
con acudir al sacramento de la reconciliación, es necesario además reparar las
falta cometidas, sobre todo contra la reputación del prójimo. Este deber obliga
en conciencia.
Pecados contra el octavo mandamiento
Son ofensas contra la verdad, por tanto pecados
contra el octavo mandamiento:
Falso testimonio y perjurio. Es una afirmación contraria
a la verdad, es más grave cuando se hace públicamente. Ante un tribunal es
falso testimonio; si se pronuncia bajo juramento, es perjurio. Estas acciones
van en contra de la justicia.
El juicio temerario, es admitir como verdadero sin tener
fundamento suficiente, un defecto moral del prójimo.
La maledicencia, es manifestar los defectos y las faltas
de otros a personas que los ignoran, sin razón justificada.
La calumnia, que consiste en dañar la reputación de otros
por medio de mentiras, provocando juicios falsos con respecto a ellos. Estas
tres acciones, faltan al respeto por la reputación o buen nombre de las
personas, son contrarias a la justicia y a la caridad.
La mentira, consiste en decir falsedad con intención de
engañar. Es la ofensa más directa contra la verdad. La gravedad de la mentira
se mide según la naturaleza de la verdad que deforma, según las circunstancias,
las intenciones de quien la comete, y los daños padecidos por los que resultan
perjudicados. Es un pecado mortal cuando lesiona las virtudes de la justicia y la caridad. Es
funesta para la sociedad, ya que daña la confianza entre los hombres y rompe
las relaciones sociales.
La adulación, es un pecado grave cuando alienta vicios o
pecados graves del otro, pues quien adula, se convierte en cómplice. Es un
pecado venial, cuando sólo desea hacerse grato, evitar un mal, remediar una
necesidad u obtener ventajas legítimas.
La vanagloria o jactancia, que es mentir a cerca de las
propias cualidades o logros; la ironía, que trata de ridiculizar
intencionalmente el comportamiento de una persona. . .
Otras disposiciones
El derecho a la comunicación de la verdad está
condicionado al amor fraterno, que exige en situaciones concretas, revisar si
conviene o no revelar la verdad a quien la pide.
La caridad y el respeto a la verdad deben de tomarse en
cuenta ante la petición de información o de una comunicación.
El secreto del sacramento de la Reconciliación -sigilo-
es sagrado y no puede ser revelado por ningún motivo.
Los secretos profesionales y las confidencias hechas bajo
secreto deben ser guardados, salvo en casos excepcionales, en los que no
revelarlos podría causar algún grave daño. Todo esto se debe al respeto que
todos merecen de su vida privada.
Los medios de comunicación social tienen el deber de dar
información fundada en la verdad, la libertad, la justicia y la solidaridad, y
los cristianos tienen el deber de velar porque esto se lleve a cabo.
NOVENO
MANDAMIENTO: "No consentirás
pensamientos ni deseos impuros"
"Habéis oído que se dijo: 'No cometerás adulterio'.
Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con
ella en su corazón" (MT 5,27-28).
Deseos e intenciones
La concupiscencia designa toda forma vehemente de deseo
humano, contrario a la razón. San Pablo la identifica con la lucha que la
"carne" sostiene con el "espíritu" (cf. Ga 5,16.17.24; Ef
2,3). Procede de la desobediencia del primer pecado. Es la inclinación del
hombre a hacer el mal. San Juan distingue tres tipos de concupiscencia: la
concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la
vida. (cf. 1 Jn 2,16).
El corazón es el origen de las buenas o malas
intenciones: "de dentro del corazón salen las intenciones malas,
asesinatos, adulterios, fornicaciones," (Mt 15,19). Es por eso que a los
"limpios de corazón" Jesús les promete que "verán a Dios"
(cf. Mt 5,8).
Esta bienaventuranza se refiere a los que han ajustado su
inteligencia y su voluntad a la voluntad de Dios, principalmente en tres
dominios: la caridad, la castidad o rectitud sexual y el amor a la verdad.
La pureza del corazón se refiere a las intenciones. Todo pecado
comienza con un deseo y una intención. Es por eso que el mandamiento prohibe
consentir los pensamientos y los deseos impuros; este noveno mandamiento es
para "prevenir" que se quebrante el sexto.
Obligaciones
Para luchar contra los "malos deseos",
necesitamos la gracia de Dios que fortalece la voluntad para vencer al pecado y
la práctica continua de las virtudes, hasta hacerlas de ellas un hábito:
Mediante la virtud y el don de la castidad, que permite
amar con un corazón recto.
Mediante la pureza de intención, que consiste en buscar
el fin verdadero del hombre que es hacer la voluntad de Dios.
Mediante la pureza de la mirada exterior e interior; es
decir la disciplina de los sentidos y la imaginación; es por eso que
se prohíbe la pornografía, pues "la vista despierta la
pasión de los insensatos" (Sab 15,5).
Mediante la oración; que es la "fuerza del
cristiano", para pedir la asistencia del Espíritu Santo con sus dones.
La pureza exige el pudor. Es parte de la templanza. El
pudor guarda la intimidad de la persona y rechaza mostrar lo que debe
permanecer velado. Está relacionado con la castidad. Ordena las miradas y los
gestos según la dignidad de las personas. Invita a la paciencia y a la moderación en la relación
amorosa. Mantiene silencio y reserva donde se adivina una curiosidad malsana;
se convierte en discreción. No se debe considerar al pudor como algo
"pasado de moda", es una buena costumbre de quien no desea provocar
pensamientos y deseos que luego puedan dañar su integridad y su dignidad de
persona.
La pureza exige una purificación del clima social.
Los cristianos deben impedir a los medios de comunicación
social atentar contra la pureza y pedir a los responsables de la educación que se imparta una enseñanza
respetuosa de la verdad y de la dignidad del hombre.
Del mismo modo conviene ser cautelosos en cuanto a la
permisividad de las costumbres que se basan en una concepción errónea de la
libertad humana.
DÉCIMO MANDAMIENTO: "No codiciarás los
bienes ajenos"
El décimo mandamiento completa el noveno, al tratar sobre
la concupiscencia de los ojos. Prohíbe la codicia del bien ajeno, raíz del
robo, de la rapiña y del fraude, prohibidos por el séptimo mandamiento. También
se refiere a la intención del corazón; resumen los últimos dos mandamientos,
todos los preceptos de la Ley. Desear
bienes materiales y obtenerlos con el fruto del trabajo honrado, es bueno. Lo
malo es cuando ese deseo no guarda la medida de la razón y nos empuja a
codiciar injustamente lo que no nos pertenece, provocando desasosiego y tristeza.
El décimo mandamiento prohíbe:
La avaricia, que es el deseo desesperado por tener bienes
materiales. Este deseo puede conducir a desear cometer injusticias o daños al prójimo
con tal de obtener los bienes deseados. Puede adoptar la forma de codicia que
es el deseo de querer más cada vez; o la forma de tacañería, que implica el no
querer compartir los propios bienes e incluso, evitar los gastos necesarios y
razonables para uno mismo.
La envidia, es un pecado capital. Es la tristeza que se siente ante al bien del prójimo
y el deseo desesperado de poseerlo de cualquier forma. Cuando se desea un mal
al prójimo por envidia, es un pecado mortal.
Obligaciones
Para luchar contra la envidia es preciso practicar la
benevolencia. La envidia procede con frecuencia del orgullo, para combatirlo es
necesario esforzarse por vivir en la humildad.
Jesús exhorta a sus discípulos a ser "Pobres de
espíritu", esta bienaventuranza se refiere al desprendimiento de las
riquezas, que pone como condición necesaria para entrar en el Reino de los
cielos (cf. Lc 21,4).
Juan Pablo II, en su encíclica Solicitado rei sociales,
dice: "Los bienes de este mundo están originalmente destinados a todos. El
derecho a la propiedad es válido y necesario pero no anula el valor de tal
principio..."
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