martes, 28 de marzo de 2017

Los Diez Mandamientos de la familias

Los Diez Mandamientos son:
1.     Amarás a Dios sobre todas las cosas
2.     No Tomarás el nombre de Dios en vano
3.     Santificarás las fiestas
4.     Honrarás a tu padre y a tu madre
5.     No matarás
6.     No cometerás actos impuros
7.     No robarás
8.     No dirás falso testimonio ni mentirás
9.     No consentirás pensamientos ni deseos impuros
10.                        No codiciarás los bienes ajenos
Aunque la mayoría de las fórmulas empleadas en la lista de los Diez Mandamientos, están redactadas en forma de prohibiciones, son verdaderas invitaciones positivas para actuar como Jesús quiere que actuemos.
PRIMER MANDAMIENTO: "Amarás a Dios sobre todas las cosas"
"Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor y tú amarás a Iahvé tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas" (De 6,4-5) "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente" (Mt 22,37).En el Evangelio de San Mateo, Jesús resumió los deberes del hombre para con Dios de manera muy clara, afirmando el primer mandato del Decálogo. Dios se da a conocer recordando su acción todopoderosa, bondadosa y liberadora en la historia de aquel a quien se dirige: "Yo te saqué del país de Egipto, de la casa de la servidumbre" (Ex 20,2) La primera palabra contiene el primer mandamiento de la ley. La primera llamada y la justa exigencia de Dios consisten en que el hombre lo acoja y lo adore.El primero de los preceptos abarca la Fe, la Esperanza y la Caridad. Porque Dios es constante, inmutable, siempre el mismo, fiel, perfectamente justo, el hombre debe necesariamente aceptar sus palabras y tener en Él una fe y una confianza completas. Él es todopoderoso, clemente, infinitamente inclinado a hacer el bien. ¿Quién podría no poner en Él todas sus esperanzas? Y quién podrá no amarlo contemplando todos los tesoros de bondad y de ternura que ha derramado en nosotros? De ahí esa fórmula que Dios emplea en la Sagrada Escritura tanto al comienzo como al final de sus preceptos: "Yo soy el Señor"
La Fe
La Fe es una virtud teologal, el cristiano la recibe en el Bautismo. Consiste en Creer en Dios, en lo que Él es: Amor infinito. En creerle a Dios; a su Revelación; en abandonarse a sus proyectos y a su voluntad. La vida moral tiene su fuente en la fe en Dios que nos revela su amor. S. Pablo habla de la "obediencia de la fe" como de la primera obligación. Hace ver en el "desconocimiento de Dios" el principio de la explicación de todas las desviaciones morales (cf. ROM 1, 5ss). Nuestro deber para con Dios es creer en Él y dar testimonio de Él.
El primer mandamiento nos pide que alimentemos y guardemos con prudencia y vigilancia nuestra fe y que rechacemos todo lo que se opone a ella.
Hay diversas maneras de pecar contra la fe:
La duda voluntaria respecto a la fe descuida o rechaza tener por verdadero lo que Dios ha revelado y la Iglesia propone creerla duda involuntaria es la vacilación en creer, la dificultad de superar las objeciones con respecto a la fe o la ansiedad suscitada por la oscuridad de ésta. Si la duda se fomenta deliberadamente, puede conducir a la ceguera del espíritu. La incredulidad es el menosprecio de la verdad revelada o el rechazo voluntario a las verdades de fe. Se llama herejía la negación de un dogma (verdad que ha de creerse); se llama apostasía al rechazo total de la fe cristiana; cisma es el rechazo de la sujeción al Sumo Pontífice o de la comunión de los miembros de la Iglesia.
La Esperanza
La Esperanza es una virtud teologal que el cristiano recibe en el Bautismo. Consiste en confiar en la bondad y providencia de Dios, esperando recibir de Él lo necesario para nuestro bien y salvación. Cuando Dios se revela y llama al hombre, éste no puede responder plenamente al amor divino por sus propias fuerzas. Debe esperar que Dios le dé capacidad de devolverle el amor y de obrar conforme a los mandamientos de la caridad. La esperanza es aguardar confiadamente la bendición divina y la bienaventurada visión de Dios; es también el temor de ofender el amor de Dios.
El primer mandamiento se refiere también a los pecados contra la esperanza, que son:
La desesperación, cuando el hombre deja de esperar de Dios su salvación personal, el auxilio para llegar a ella o el perdón de sus pecados. Se opone a la bondad de Dios, a su Justicia. La presunción, es cuando el hombre presume de sus capacidades (esperando salvarse sin la ayuda de lo alto), o cuando el hombre presume de la omnipotencia o la misericordia divinas (esperando obtener su perdón sin conversión y la gloria sin mérito.
La Caridad
La caridad es la mayor de las tres virtudes teologales (Cf. 1Cor 13); el cristiano la recibe en el Bautismo. Es el Amor, a Dios y al prójimo. La fe en el amor de Dios encierra la llamada y la obligación de responder a la caridad divina mediante un amor sincero. El primer mandamiento nos ordena amar a Dios sobre todas las cosas y a las criaturas por Él y a causa de Él.
Se puede pecar de diversas maneras contra el amor de Dios:
La indiferencia descuida o rechaza la consideración del amor divino; desprecia su acción y niega su fuerza.
La ingratitud omite o se niega a reconocer el amor divino y devolverle amor por amor.
La tibieza es una vacilación o negligencia en responder al amor divino.
La acedía o pereza espiritual llega a rechazar el gozo que viene de Dios y a sentir apatía por el bien divino.
El odio a Dios tiene su origen en el orgullo, se opone al amor de Dios, cuya bondad niega y lo maldice, porque condena el pecado e inflige penas.
Religión y devoción
La adoración es el primer acto de la virtud de la religión. Adorar a Dios es reconocerle como Dios, como Creador y Salvador, Señor y Dueño de todo lo que existe, como Amor infinito y misericordioso. La adoración del Dios único libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo. Los actos de fe, esperanza y caridad que ordena el primer mandamiento se realizan en la oración. La elevación del espíritu hacia Dios es una expresión de nuestra adoración a Dios. Es justo ofrecer a Dios sacrificios en señal de adoración y de gratitud, de súplica y de comunión. El sacrificio exterior, para ser auténtico, debe ser expresión del sacrificio espiritual. El voto es una promesa deliberada y libre hecha a Dios acerca de un bien posible y mejor, es un acto de devoción en el que el cristiano se consagra a Dios o le promete una obra buena. La fidelidad a las promesas hechas a Dios es una manifestación de respeto a la Majestad divina y de amor hacia el Dios fiel.
Pecados contra el primer mandamiento
El primer mandamiento prohíbe honrar a dioses distintos del Único Señor que se ha revelado a su pueblo. Son pecados contra este mandamiento:  La superstición que es la desviación del sentimiento religioso y de las prácticas que impone. Hay superstición cuando se pretende utilizar y poner de parte de uno los poderes divinos. Ejemplo de una práctica de superstición: creer en la "buena o mala suerte" y buscar controlarla con objetos, piedras, imágenes, hierbas, perfumes, etc La idolatría, es una tentación constante de la fe. Consiste en divinizar lo que no es Dios. Hay idolatría desde el momento en que el hombre honra y reverencia a una criatura, a una situación, o a una materia en lugar de Dios. Magia o hechicería, es una perversión de la religión, al tratar de hacer reaccionar las fuerzas divinas por medio de determinados actos. También la llamada "magia blanca", es un pecado contra el primer mandamiento.  La adivinación es una práctica radicalmente contraria a la actitud de confianza que debe distinguir a un cristiano, buscando conocer y manipular el futuro. Todas las formas de adivinación deben rechazarse: el espiritismo, la consulta a horóscopos, cartas, médium, etc.   La irreligión, cuyos principales pecados son: tentar a Dios, poniendo a prueba de palabra o de obra, su bondad y omnipotencia; el sacrilegio, profanar o tratar indignamente los sacramentos y acciones litúrgicas, las personas, cosas y lugares consagrados a Dios; la simonía, es la compra o venta de cosas espirituales. El ateísmo, es rechazar o negar la existencia de Dios.

SEGUNDO MANDAMIENTO: "No tomarás el Nombre de Dios en vano"
El segundo mandamiento prescribe respetar el nombre del Señor. Pertenece, como el primero, a la virtud de la religión. Regula particularmente el uso de nuestra palabra en las cosas santas. El nombre de Dios es santo, por eso el hombre no puede hacer mal uso de él; ha de emplearlo para bendecirlo, alabarlo y glorificarlo. Este Mandamiento se refiere a tener sentido de lo sagrado.
Pecados contra el segundo mandamiento
El Segundo Mandamiento habla del respeto hacia el Nombre de Dios y hacia todo lo sagrado, por lo que prohíbe:
Abusar del nombre de Dios, es decir, dar uso inconveniente a su nombre (de las Tres Personas Divinas), al de la Virgen María y de todos los santos.   Las promesas hechas a otro en nombre de Dios comprometen el honor, la fidelidad, la veracidad y la autoridad divinas.   La blasfemia, consiste en proferir contra Dios -interior o exteriormente- palabras de odio, de reproche, de desafío; en injuriar a Dios, faltarle a respeto en las expresiones. Esa prohibición se extiende a las palabras contra la Iglesia de Cristo, los santos y las cosas sagradas. Es también blasfemo usar el nombre de Dios para justificar prácticas criminales, reducir pueblos a servidumbre, torturar o dar muerte.  Jurar en falso y perjuro, es invocar a Dios como testigo de una mentira o de una promesa que no se tiene intención de cumplir.
TERCER MANDAMIENTO: "Santificarás las Fiestas"
En el Antiguo Testamento, el tercer mandamiento proclama la santidad del sábado: "el día séptimo será día de descanso completo, consagrado al Señor" (Ex 31,15). La escritura hace a este propósito memoria de la creación; ve también en el día del Señor un memorial de la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto. Dios confió a Israel el sábado para que lo guardara como signo de la alianza inquebrantable. El sábado interrumpe los trabajos cotidianos y concede un respiro. Es un día de protesta contra las servidumbres del trabajo y el culto al dinero. Jesús nunca falta a la santidad de este día, (cf. Mc.1,21; Jun. 9,16), sino que con autoridad da la interpretación auténtica de esta ley: "El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado" (Mc 2,27).  Jesús resucitó de entre los muertos "el primer día de la semana". En cuanto es el "octavo día", que sigue al sábado, significa la nueva creación inaugurada con la resurrección de Cristo. Para los cristianos vino a ser el primero de todos los días, la primera de todas las fiestas, el día del Señor. El sábado que representa la coronación de la primera creación es sustituido por el domingo que recuerda la nueva creación (Ver: Año Litúrgico - Domingo, Día del Señor). El culto de la ley preparaba el misterio de Cristo, y lo que se practicaba en ella prefiguraba algún rasgo relativo a Cristo. La celebración del domingo cumple la prescripción moral, celebrando cada semana al Creador y Redentor.   La celebración dominical tiene un papel principalísimo en la vida de la Iglesia, esta práctica se remonta a sus primeros años (cf. Hch 2,42-46; 1 Col 11,17). La Eucaristía (Santa Misa) del domingo fundamenta y confirma toda la práctica cristiana. Por eso los fieles están obligados a participar de la Misa todos los domingos y días de precepto, a no ser que tengan una razón seria (enfermedad, cuidado de niños pequeños, etc) o que estén dispensados por su propio pastor.
* Los que deliberadamente faltan a esta obligación cometen un pecado grave *
Los cristianos deben santificar también el domingo dedicando a su familia el tiempo y las atenciones que no se les pueden dar los otros días de la semana. El domingo y las demás fiestas de precepto los fieles deben abstenerse de aquellos trabajos que impidan dar culto a Dios, gozar de la alegría propia del día del Señor o disfrutar del debido descanso de la mente y del cuerpo. Todo cristiano debe evitar imponer a otro, sin necesidad, impedimento para guardar el día del Señor.
CUARTO MANDAMIENTO: "Honra a tu padre y a tu madre"
"Les doy este mandamiento nuevo: que se amen unos a otros… como yo los he amado" (Jn 13,34)
"… pues el que ama al prójimo ha cumplido la Ley. …..Con el amor, no se hace ningún mal al prójimo. Por esto en el amor cabe toda la Ley" (Rm 13,8-10)
A partir del 4° Mandamiento, la Ley de Dios se refiere al amor al prójimo, es el nuevo mandamiento al que Jesús se refiere en el Evangelio.
El Cuarto Mandamiento lleva consigo una promesa: "Para que seas feliz y se prolongue tu vida sobre la tierra" (Efe 6, 1-3).
Dios quiso que después de a Él, honráramos a nuestros padres. Este mandamiento se dirige expresamente a los hijos en sus relaciones con sus padres, así como también a las relaciones de parentesco con los miembros del grupo familiar. Exige que se dé honor, afecto y reconocimiento a los abuelos y antepasados. Finalmente se extiende a los deberes de los alumnos respecto a los maestros, de los empleados respecto a los patronos, de los subordinados respecto a sus jefes, de los ciudadanos respecto a su patria, a los que la administran o la gobiernan.  Este mandamiento implica y sobreentiende los deberes de los padres, tutores, maestros, jefes, magistrados, gobernantes, de todos los que ejercen una autoridad sobre otros o sobre una comunidad de personas.
Obligaciones
Al observar este mandamiento obtenemos no sólo frutos espirituales, también frutos temporales de paz y de prosperidad. Y al contrario, desobedecerlo, produce grandes daños para las comunidades y las personas.  El cuarto mandamiento se refiere primero al matrimonio y la familia, -instituidos por Dios al crear al hombre y a la mujer- busca el bien de los esposos y el reconocimiento de la igual dignidad de todos sus miembros. En la familia, célula original de la vida social, es en donde se aprende a honrar a Dios y a respetar a las personas.
El cuarto mandamiento:
Ilumina nuestras relaciones en la sociedad, conforme a la dignidad de todas las personas deseosas de justicia y fraternidad.   Recuerda a los hijos sus deberes para con los padres: respeto, gratuidad, justa obediencia y ayuda. Tiene que ver con el respeto filial para las relaciones entre hermanos y hermanas.  Se refiere a la gratuidad con aquellos de quienes se recibieron el don de la fe, la gracia del Bautismo y la vida en la Iglesia: padres, abuelos, pastores, catequistas, maestros, amigos y otros miembros de la familia.  Recuerda a los padres el deber de atender en la medida de lo posible, las necesidades materiales y espirituales de los hijos y respetar y favorecer la vocación de cada uno, mirándolos siempre como hijos de Dios, respetándolos como personas humanas con deberes y derechos.   Nos ordena también honrar a todos los que para nuestro bien, han recibido de Dios una autoridad en la sociedad y ordena a quien ejerce una autoridad que lo haga como un servicio, manifestando una justa jerarquía de valores que faciliten el ejercicio de la libertad y de la responsabilidad de cada uno, respetando los derechos fundamentales de la persona humana.  Todos los actos contrarios a las actitudes mencionadas, son pecados contra el cuarto mandamiento.
QUINTO MANDAMIENTO: "No Matarás"
La vida humana es sagrada, porque desde su inicio es fruto de la acción creadora de Dios. Sólo Dios es Señor de la vida desde su comienzo hasta su término; nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano. Este mandamiento obliga a todos y a cada uno, siempre y en todas partes. En el Sermón de la Montaña, el Señor recuerda el precepto "No Matarás" (MT 5,21) y añade el rechazo absoluto de la ira, del odio y de la venganza; más aun, Cristo exige a sus discípulos presentar la otra mejilla, amar a los enemigos. La legítima defensa de las personas y las sociedades no es una excepción a la prohibición de la muerte. Es legítimo hacer respetar el propio derecho a la vida. El que defiende su vida no es culpable de homicidio, incluso cuando se ve obligado a asestar a su agresor un golpe mortal. La legítima defensa es un derecho y un deber, para el que es responsable de la vida de otro, del bien común de la familia o de la sociedad.  La Iglesia ha reconocido el derecho y deber de las autoridades para aplicar penas proporcionadas a la gravedad de un delito, sin excluir, en casos de extrema gravedad, el recurso de la pena de muerte, siempre y cuando otros medios no basten para defender las vidas humanas contra el agresor y para proteger de él el orden público y la seguridad de las personas, pues en tal caso, la autoridad se limitará a emplear los medio que correspondan mejor al bien común y sean más conformes con la dignidad de la persona humana.
Son pecados contra el quinto mandamiento:
El homicidio directo y voluntario, como también hacer algo con intención de provocar indirectamente la muerte de una persona o exponer a alguien sin razón grave a un riesgo mortal, así como negar la asistencia a una persona en peligro.  El aborto, pues la vida humana debe ser respetada y protegida de manera absoluta desde el momento de la concepción. El embrión debe ser defendido atendido y cuidado médicamente como cualquier otro ser humano. La cooperación formal a un aborto constituye una falta grave. El aborto directo, es decir, buscado como un fin o como un medio, es una práctica infame. La Iglesia sanciona con pena canónica de excomunión este delito contra la vida humana.
La eutanasia, consiste en poner fin a la vida de personas disminuidas, enfermas o moribundas, cualquiera que sean los motivos o los medios, es moralmente inaceptable, constituye un homicidio gravemente contrario a la dignidad de la persona humana y al respeto a Dios nuestro Creador. Las personas enfermas deben de ser atendidas para que lleven una vida digna y tan normal como sea posible.
El suicidio, cada uno es responsable de su vida delante de Dios que se la ha dado. Somos administradores y no propietarios de la vida, no disponemos de ella. El suicidio es gravemente contrario a la justicia, a la esperanza y a la caridad; pero, trastornos psíquicos graves, la angustia o el temor a la prueba, al sufrimiento o a la tortura, pueden disminuir la responsabilidad del suicida. Dios puede haberles facilitado por caminos que Él sólo conoce, la ocasión de un arrepentimiento salvador. La Iglesia ora por las personas que han atentado contra su vida.
El escándalo es la actitud o comportamiento que induce a otro a hacer el mal, puede ocasionar la muerte espiritual, puede ser provocado por la ley o por las instituciones, por la moda o por la opinión; por esto, constituye una falta grave. Adquiere una gravedad particular según la autoridad de quienes lo causan o la debilidad de quienes lo padecen; inducir a un niño al pecado es muy grave, Jesús habló severamente de ello: "Si alguien hace caer en pecado a uno de estos pequeños que creen en mi, mejor sería que le amarraran al cuello una piedra de molino y lo tiraran al mar" (Mt 18, 6; Cf. 1Co 8, 10-13).
Otras acciones que atentan contra el quinto mandamiento son:
El descuido de la salud física con excesos en la comida, el alcohol, el tabaco y las medicinas.
El uso de drogas, la producción clandestina y el tráfico de éstas.
La experimentación en seres humanos.
Los secuestros, el terrorismo, la tortura, las amputaciones, mutilaciones o esterilizaciones directamente voluntarias de personas inocentes.
El odio, la cólera y el deseo de venganza; son contrarios a la caridad.
Otras disposiciones
Los cuerpos de los difuntos deben ser tratados con respeto y caridad en la fe y la esperanza de la resurrección.
La autopsia de los cadáveres es moralmente permitida cuando hay razones legales o de investigación científica.
El don gratuito de órganos después de la muerte es legítimo y meritorio.
La iglesia permite la incineración cuando con ella no se cuestiona la fe en la resurrección de los cuerpos.
El respeto y el desarrollo de la vida humana exigen la paz terrenal que es imagen y fruto de la paz de Cristo, por esto, todo ciudadano y todo gobernante están obligados a evitar las guerras.
La carrera de armamentos es una plaga gravísima de la humanidad y perjudica a los pobres de modo intolerable.
"Bienaventurados los que construyen la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios" (Mt 5,9).
SEXTO MANDAMIENTO: " No cometerás actos impuros"
Dios es amor y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor. Creándola a su imagen, Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación y, consiguientemente la capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión.   La tradición de la Iglesia ha entendido el sexto mandamiento como referido a la globalidad de la sexualidad humana. La Sexualidad abraza todos los aspectos de la persona humana, en la unidad de su cuerpo y de su alma. Corresponde a la afectividad, o la capacidad de amar y de procrear y, de manera más general, a la aptitud para establecer vínculos de comunicación con otro.  Cada uno, hombre y mujer, debe reconocer y aceptar su identidad sexual. La diferencia y complementariedad físicas, morales y espirituales, están orientadas a los bienes del matrimonio y al desarrollo de la vida familiar, así como a la armonía de la pareja humana y de la sociedad. Dios da la dignidad personal de igual modo al hombre y a la mujer y cada uno de los dos sexos es, aunque de manera distinta, imagen del poder y de la ternura de Dios. La unión del hombre y de la mujer en el matrimonio es una manera de imitar en la carne la generosidad y la fecundidad del Creador.
El matrimonio
La sexualidad mediante la cual el hombre y la mujer se dan el uno al otro con los actos propios y exclusivos de los esposos, no es algo puramente biológico, sino que afecta al núcleo íntimo de la persona humana en cuanto tal. Ella se realiza de modo verdaderamente humano solo cuando es parte integral del amor con el que el hombre y la mujer se comprometen totalmente entre sí hasta la muerte. Sus expresiones de amor son honestas y dignas, pues significan y fomentan la recíproca donación que los enriquece mutuamente.
Muchas ofensas a la dignidad del matrimonio, son faltas contra el sexto mandamiento:
El adulterio, se refiere a la infidelidad conyugal. Existe cuando un hombre y una mujer, de los cuales al menos uno está casado, establecen una relación sexual, aunque sea ocasional. Es una injusticia contra el cónyuge y contra los hijos, y es una falta a los compromisos contraídos. Es un pecado grave.  El divorcio es una ofensa grave a la ley natural. Pretende romper el contrato, aceptado libremente por los esposos. Si se contrae una nueva unión, aunque reconocida por la ley civil, se aumenta la gravedad de la ruptura; el cónyuge casado de nuevo se haya entonces en situación de adulterio público y permanente. Existe sin embargo, la situación de separación de los esposos, que puede ser legítima en ciertos casos previstos por el Derecho Canónico.
La poligamia, niega directamente el designio de Dios, tal como es revelado desde los orígenes, porque es contrario a la igual dignidad personal del hombre y de la mujer, cuya unión conyugal debe ser única y exclusiva.  El incesto, es la relación carnal entre parientes dentro de ciertos grados (Cf. Lv 18, 7-20; 1Co 5, 1.4-5). Esta práctica corrompe las relaciones familiares y representa una regresión a la animalidad.  La unión libre (o sea, el concubinato o convivencia), es cuando el hombre y la mujer se niegan a dar forma jurídica y pública a una unión que implica la intimidad sexual. Es contraria a la ley moral, pues el acto sexual debe tener lugar exclusivamente en el matrimonio; fuera de éste constituye siempre un pecado grave y excluye de la comunión sacramental.
La castidad es una virtud, significa lograr la integración de la sexualidad en la persona, y en la unidad interior del hombre en su cuerpo y en su alma; implica un aprendizaje del dominio de sí, que es una forma de practicar la libertad humana: el hombre puede elegir entre controlar sus pasiones y obtener la paz, o dejarse dominar por ellas y hacerse desgraciado. El dominio de sí mismo es una obra que dura toda la vida. Supone un esfuerzo continuo.   Hombres y mujeres han de saber que, es posible hoy vivir el valor de la castidad si, deciden permanecer fieles a las promesas de su bautismo y resistir las tentaciones, buscando para ello los medios, como el conocimiento de sí, la frecuencia de la oración y los sacramentos y la obediencia a los mandamientos divinos. Esta virtud forma parte de la virtud cardinal de la templanza, que sirve para impregnar de racionalidad las pasiones y los apetitos de la sensibilidad humana.   La castidad es un don de Dios, una gracia, un fruto del trabajo espiritual. El Espíritu Santo concede al bautizado poder imitar la pureza de Cristo. La castidad se expresa y se desarrolla especialmente en la amistad con el prójimo, ésta representa un gran bien para todos, conduce a la comunión espiritual.
Todo bautizado es llamado a la castidad según su estado de vida:
El casado es llamado a vivir la castidad conyugal y la fidelidad.
El soltero practica la castidad en la continencia.
El consagrado vive la castidad en la virginidad o el celibato.
Los novios deben ayudarse mutuamente a crecer en la castidad en la continencia.
Pecados contra el sexto mandamiento:
Son muchas las ofensas a la castidad, por tanto, pecados contra el sexto mandamiento:
La lujuria, es el deseo o goce desordenado del placer sexual, es decir cuando es buscado por sí mismo, separando las finalidades de procreación y entrega amorosa. Es además un pecado capital.
La masturbación, es la excitación voluntaria de los órganos genitales para obtener placer sexual; es un acto por sí mismo desordenado y egoísta, pues contradice la finalidad de la mutua entrega y de la procreación. La fornicación, es la unión sexual entre un hombre y una mujer fuera del matrimonio. Es gravemente contraria a la dignidad de las personas y de la sexualidad humana. Es además, un escándalo grave cuando hay de por medio la corrupción de menores. El adulterio, ofende además a la dignidad del matrimonio, pues se refiere a la infidelidad conyugal. Existe cuando un hombre y una mujer, de los cuales al menos uno está casado, establecen una relación sexual, aunque sea ocasional. Es una injusticia contra el cónyuge y contra los hijos, y es una falta a los compromisos contraídos.  La pornografía, consiste en dar a conocer actos sexuales reales o simulados, y en exhibir el cuerpo con el fin de provocar placer o excitación. Es una falta grave, tanto de quien se exhibe, de quien la promueve y de quien la busca (actores, comerciantes, público). Ofende gravemente la castidad y a la dignidad de las personas involucradas, pues cada uno viene a ser para otro, objeto de placer rudimentario.  La prostitución atenta contra la dignidad de la persona que se prostituye, pues queda reducida a objeto y, de quien la consume, pues peca gravemente contra sí mismo; quebranta la castidad que prometió en el bautismo y mancha su cuerpo, templo del Espíritu Santo. La prostitución es siempre un pecado, pero la miseria, el chantaje y la presión social pueden atenuar la culpa.  La violación, es forzar o agredir con violencia la intimidad sexual de una persona. Atenta contra la justicia y la caridad; lesiona profundamente el derecho al respeto, a la libertad, a la integridad física y moral. Es siempre un grave pecado, un acto malo en sí mismo. Peor aun si es cometida por parte de los padres (incesto) o de cuidadores con los niños que les son confiados.
Homosexualidad
La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante hacia personas del mismo sexo. Su origen psíquico permanece en gran medida inexplicado. La Sagrada Escritura la presenta como depravación grave (cf. Gen 9,1.29; ROM 1, 24-27).  La Iglesia declara que los actos homosexuales son en sí mismos desordenados; contrarios a la ley natural; cierran el acto sexual al don de la vida; no proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual; no pueden recibir aprobación en ningún caso. Para los hombres y mujeres que presentan tendencias homosexuales instintivas que no han elegido su condición homosexual, ésta constituye una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza, evitando todo signo de discriminación injusta. Si estas personas son cristianas, han de realizar la voluntad de Dios, uniendo al sacrificio de Cristo las dificultades que encuentren por su condición. Están llamadas a la castidad, mediante el dominio de sí, la educación de la libertad interior y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada. La oración y la gracia sacramental son muy importantes para ellos, para que consigan la perfección cristiana.
SÉPTIMO MANDAMIENTO: "No Robarás"
El séptimo mandamiento prohíbe tomar o retener el bien del prójimo injustamente y perjudicar de cualquier manera al prójimo en sus bienes.
El derecho a la propiedad privada, adquirida por el trabajo, o recibida de otro por herencia o regalo, constituye para el hombre al servirse de estos bienes, la oportunidad de no considerar las cosas externas sólo como suyas, sino también como comunes, en el sentido de que han de aprovechar no sólo a él, sino también a los demás.  La práctica de la templanza ayuda a moderar el apego a los bienes de este mundo; a la práctica de la justicia; a preservar los derechos del prójimo y darle lo que le es debido; y a la práctica de la solidaridad, según la generosidad del Señor.  El octavo mandamiento tiene relación directa con la justicia, por lo que es preciso que todas las actividades humanas apunten a esta virtud.
Pecados contra el séptimo mandamiento
Toda forma de tomar, retener injustamente el bien ajeno, aunque no contradiga las disposiciones de la ley civil, es pecado contra el séptimo mandamiento:
El robo, es decir, la usurpación del bien ajeno contra la voluntad de su dueño.
Retener deliberadamente bienes prestados u objetos perdidos.
Defraudar en el ejercicio del comercio.
Pagar salarios injustos.
Elevar los precios especulando con la ignorancia o la necesidad ajenas.
Incumplir promesas o contratos que se hayan hecho justamente.
Celebrar contratos injustos que dañen el respeto a los bienes ajenos.
Esclavizar seres humanos por cualquier motivo; comprar, vender o cambiar seres humanos como mercancía.
Ecología
El séptimo mandamiento exige el respeto a la integridad de la creación, ya que los animales, las plantas y los seres inanimados, están naturalmente destinados al bien común de la humanidad pasada, presente y futura.
Exige también el uso responsable de los recursos naturales.
El hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económica y social, por tanto, debemos procurar que los bienes creados por Dios para todos, lleguen de hecho a todos, en justicia y caridad.

Trabajo humano
El trabajo humano tiene un valor primordial; es un deber de todos los hombres "Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma" (2 Tés 23,10; cf. 1 Tés 4,11).  El trabajo es para el hombre y no el hombre para el trabajo, éste puede ser un medio de santificación y de animación de las realidades terrenas en el espíritu de Cristo.  El trabajo también es un derecho, cada cual debe poder sacar del trabajo los medios para sustentar su vida y la de los suyos y para prestar servicio a la comunidad humana.  Los responsables de las empresas tienen la responsabilidad económica y ecológica de sus operaciones. Deben considerar el bien de las personas y no solamente el aumento de las ganancias. Deber hacer accesible el trabajo a todos sin discriminación injusta. Deben dar un salario justo, negarlo o retenerlo es contra el séptimo mandamiento.
Solidaridad
El amor a los pobres pertenece a la tradición de la Iglesia, es incompatible con el amor desordenado de las riquezas o su uso egoísta. En la miseria humana, bajo diferentes formas, (indigencia material, opresión injusta, enfermedades...) se ve manifiesta la debilidad que el hombre hereda tras el primer pecado. Por eso, los oprimidos -amados por Jesucristo- son objeto de un amor preferencial por parte de la Iglesia.  Las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales, estas acciones van de la mano con el séptimo mandamiento. En la multitud de seres humanos sin pan, sin techo, sin patria, hay que reconocer y oír a Jesús que dice: "Cuanto dejaste de hacer con uno de éstos, también conmigo dejaste de hacerlo" (Mt 25,45).
OCTAVO MANDAMIENTO "No darás falso testimonio ni mentirás"
"Digan sí, cuando es sí, y no, cuando es no; porque lo que se añade lo dicta el demonio" (M. 5,37).  El octavo mandamiento prohíbe falsear la verdad en las relaciones con el prójimo. Dios es la Verdad, por tanto el hombre está llamado a vivir en la verdad, faltar a ella es un rechazo y una infidelidad a Dios. Jesús nos revela "Yo soy... la Verdad...." (Jun. 14,6). El discípulo de Jesús, "permanece en su palabra", para conocer "la verdad que hace libre" (cf. Jun. 8, 31-32), Jesús enseña a sus discípulos el amor incondicional de la verdad.  La verdad es la rectitud de la acción y de la palabra humana, se llama veracidad, sinceridad o franqueza; es la virtud que consiste en mostrarse veraz en los propios actos y en decir verdad en sus palabras, evitando la duplicidad, la simulación y la hipocresía. Santo Tomás de Aquino decía que "los hombres no podrían vivir juntos si no tuvieran confianza recíproca, es decir, si no se manifestasen la verdad. En justicia, un hombre debe honestamente a otro la manifestación de la verdad".  Cristo dijo ante Pilato que había "venido al mundo; para dar testimonio de la verdad" (Jn 18,37).
El testimonio es un acto de justicia que establece o da a conocer la verdad. El cristiano no debe "avergonzarse de dar testimonio del Señor" (2 Tm 1,8).
En las situaciones que exigen dar testimonio de la fe, el cristiano debe profesarla sin ambigüedad. El martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe; habla de un testimonio que llega hasta la muerte.
Toda falta cometida contra la justicia y la verdad exige el deber de reparación, aunque su autor haya sido perdonado. Es decir, no basta con acudir al sacramento de la reconciliación, es necesario además reparar las falta cometidas, sobre todo contra la reputación del prójimo. Este deber obliga en conciencia.
Pecados contra el octavo mandamiento
Son ofensas contra la verdad, por tanto pecados contra el octavo mandamiento:
Falso testimonio y perjurio. Es una afirmación contraria a la verdad, es más grave cuando se hace públicamente. Ante un tribunal es falso testimonio; si se pronuncia bajo juramento, es perjurio. Estas acciones van en contra de la justicia.
El juicio temerario, es admitir como verdadero sin tener fundamento suficiente, un defecto moral del prójimo.
La maledicencia, es manifestar los defectos y las faltas de otros a personas que los ignoran, sin razón justificada.
La calumnia, que consiste en dañar la reputación de otros por medio de mentiras, provocando juicios falsos con respecto a ellos. Estas tres acciones, faltan al respeto por la reputación o buen nombre de las personas, son contrarias a la justicia y a la caridad.
La mentira, consiste en decir falsedad con intención de engañar. Es la ofensa más directa contra la verdad. La gravedad de la mentira se mide según la naturaleza de la verdad que deforma, según las circunstancias, las intenciones de quien la comete, y los daños padecidos por los que resultan perjudicados. Es un pecado mortal cuando lesiona las virtudes de la justicia y la caridad. Es funesta para la sociedad, ya que daña la confianza entre los hombres y rompe las relaciones sociales.
La adulación, es un pecado grave cuando alienta vicios o pecados graves del otro, pues quien adula, se convierte en cómplice. Es un pecado venial, cuando sólo desea hacerse grato, evitar un mal, remediar una necesidad u obtener ventajas legítimas.
La vanagloria o jactancia, que es mentir a cerca de las propias cualidades o logros; la ironía, que trata de ridiculizar intencionalmente el comportamiento de una persona. . .
Otras disposiciones
El derecho a la comunicación de la verdad está condicionado al amor fraterno, que exige en situaciones concretas, revisar si conviene o no revelar la verdad a quien la pide.
La caridad y el respeto a la verdad deben de tomarse en cuenta ante la petición de información o de una comunicación.
El secreto del sacramento de la Reconciliación -sigilo- es sagrado y no puede ser revelado por ningún motivo.
Los secretos profesionales y las confidencias hechas bajo secreto deben ser guardados, salvo en casos excepcionales, en los que no revelarlos podría causar algún grave daño. Todo esto se debe al respeto que todos merecen de su vida privada.
Los medios de comunicación social tienen el deber de dar información fundada en la verdad, la libertad, la justicia y la solidaridad, y los cristianos tienen el deber de velar porque esto se lleve a cabo.
                                            NOVENO  MANDAMIENTO: "No consentirás pensamientos ni deseos impuros"
"Habéis oído que se dijo: 'No cometerás adulterio'. Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón" (MT 5,27-28).
Deseos e intenciones
La concupiscencia designa toda forma vehemente de deseo humano, contrario a la razón. San Pablo la identifica con la lucha que la "carne" sostiene con el "espíritu" (cf. Ga 5,16.17.24; Ef 2,3). Procede de la desobediencia del primer pecado. Es la inclinación del hombre a hacer el mal. San Juan distingue tres tipos de concupiscencia: la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida. (cf. 1 Jn 2,16).
El corazón es el origen de las buenas o malas intenciones: "de dentro del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones," (Mt 15,19). Es por eso que a los "limpios de corazón" Jesús les promete que "verán a Dios" (cf. Mt 5,8).
Esta bienaventuranza se refiere a los que han ajustado su inteligencia y su voluntad a la voluntad de Dios, principalmente en tres dominios: la caridad, la castidad o rectitud sexual y el amor a la verdad.
La pureza del corazón se refiere a las intenciones. Todo pecado comienza con un deseo y una intención. Es por eso que el mandamiento prohibe consentir los pensamientos y los deseos impuros; este noveno mandamiento es para "prevenir" que se quebrante el sexto.
Obligaciones
Para luchar contra los "malos deseos", necesitamos la gracia de Dios que fortalece la voluntad para vencer al pecado y la práctica continua de las virtudes, hasta hacerlas de ellas un hábito:
Mediante la virtud y el don de la castidad, que permite amar con un corazón recto.
Mediante la pureza de intención, que consiste en buscar el fin verdadero del hombre que es hacer la voluntad de Dios.
Mediante la pureza de la mirada exterior e interior; es decir la disciplina de los sentidos y la imaginación; es por eso que se prohíbe la pornografía, pues "la vista despierta la pasión de los insensatos" (Sab 15,5).
Mediante la oración; que es la "fuerza del cristiano", para pedir la asistencia del Espíritu Santo con sus dones.
La pureza exige el pudor. Es parte de la templanza. El pudor guarda la intimidad de la persona y rechaza mostrar lo que debe permanecer velado. Está relacionado con la castidad. Ordena las miradas y los gestos según la dignidad de las personas. Invita a la paciencia y a la moderación en la relación amorosa. Mantiene silencio y reserva donde se adivina una curiosidad malsana; se convierte en discreción. No se debe considerar al pudor como algo "pasado de moda", es una buena costumbre de quien no desea provocar pensamientos y deseos que luego puedan dañar su integridad y su dignidad de persona.
La pureza exige una purificación del clima social.
Los cristianos deben impedir a los medios de comunicación social atentar contra la pureza y pedir a los responsables de la educación que se imparta una enseñanza respetuosa de la verdad y de la dignidad del hombre.
Del mismo modo conviene ser cautelosos en cuanto a la permisividad de las costumbres que se basan en una concepción errónea de la libertad humana.
DÉCIMO MANDAMIENTO: "No codiciarás los bienes ajenos"
El décimo mandamiento completa el noveno, al tratar sobre la concupiscencia de los ojos. Prohíbe la codicia del bien ajeno, raíz del robo, de la rapiña y del fraude, prohibidos por el séptimo mandamiento. También se refiere a la intención del corazón; resumen los últimos dos mandamientos, todos los preceptos de la Ley.  Desear bienes materiales y obtenerlos con el fruto del trabajo honrado, es bueno. Lo malo es cuando ese deseo no guarda la medida de la razón y nos empuja a codiciar injustamente lo que no nos pertenece, provocando desasosiego y tristeza.
El décimo mandamiento prohíbe:
La avaricia, que es el deseo desesperado por tener bienes materiales. Este deseo puede conducir a desear cometer injusticias o daños al prójimo con tal de obtener los bienes deseados. Puede adoptar la forma de codicia que es el deseo de querer más cada vez; o la forma de tacañería, que implica el no querer compartir los propios bienes e incluso, evitar los gastos necesarios y razonables para uno mismo.
La envidia, es un pecado capital. Es la tristeza que se siente ante al bien del prójimo y el deseo desesperado de poseerlo de cualquier forma. Cuando se desea un mal al prójimo por envidia, es un pecado mortal.
Obligaciones
Para luchar contra la envidia es preciso practicar la benevolencia. La envidia procede con frecuencia del orgullo, para combatirlo es necesario esforzarse por vivir en la humildad.
Jesús exhorta a sus discípulos a ser "Pobres de espíritu", esta bienaventuranza se refiere al desprendimiento de las riquezas, que pone como condición necesaria para entrar en el Reino de los cielos (cf. Lc 21,4).
Juan Pablo II, en su encíclica Solicitado rei sociales, dice: "Los bienes de este mundo están originalmente destinados a todos. El derecho a la propiedad es válido y necesario pero no anula el valor de tal principio..."


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