miércoles, 22 de marzo de 2017

Para unirnos

Para unirnos
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El dolor y el sufrimiento parecen tener la habilidad especial de mostrarnos cuánto nos
necesitamos los unos a los otros. Nuestras luchas nos recuerdan lo frágiles que somos
realmente. Incluso la debilidad de los demás puede sostenernos cuando nuestra propia
fortaleza se agota.
Esta verdad se hace muy real cada vez que me reúno con un pequeño grupo de amigos de
la iglesia para orar y tener comunión. En esos momentos que pasamos juntos
regularmente, compartimos nuestras cargas por un hijo enfermo, la pérdida de un empleo,
tensiones en el trabajo, un hijo rebelde, la pérdida de un embarazo, hostilidad entre
miembros de una familia, depresión, tensiones de la vida diaria, un pariente que no es
salvo, decisiones difíciles, delitos en el vecindario, batallas con el pecado y mucho más.
Muchas veces al final de esas reuniones he alabado al Señor por el aliento que hemos
recibido los unos de los otros. Nos hemos acercado más y nos hemos fortalecido al
enfrentar juntos las luchas de la vida.
Estas experiencias personales a la luz de las Escrituras me recuerdan dos verdades clave:
1. El sufrimiento nos ayuda a ver que necesitamos a otros creyentes.
2. El sufrimiento nos ayuda a satisfacer las necesidades de los demás a medida
que dejamos que Cristo viva a través de nosotros.
Echemos un vistazo a cada una de las maneras en que Dios usa el dolor y el sufrimiento
con el propósito de unirnos con otros creyentes en Cristo.
1. El sufrimiento nos ayuda a ver que necesitamos a otros creyentes. Al describir la
unidad de todos los creyentes en Cristo, el apóstol Pablo usó la analogía del cuerpo
humano (1 Co. 12). Dijo que nos necesitamos unos a otros para funcionar
adecuadamente. Pablo describió la situación así: «De manera que si un miembro padece,
todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros
con él se gozan. Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en
particular» (vv.26,27).
En su carta a los efesios, Pablo dijo de Cristo: «De quien todo el cuerpo, bien concertado
y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad
propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor» (Ef. 4:16).
Cuando empecemos a reconocer todo lo que los otros creyentes tienen que ofrecernos,
nos daremos cuenta de lo mucho que podemos ganar acercándonos a ellos cuando
pasamos por un momento difícil. Cuando los problemas parecen agotar nuestra fortaleza,
podemos descansar en otros creyentes para que nos ayuden a renovar esa fortaleza en el
poder del Señor.
2. El sufrimiento nos ayuda a satisfacer las necesidades de los demás a medida que
dejamos que Cristo viva a través de nosotros. En 2 Corintios 1, el apóstol Pablo
escribió: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de
misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras
tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier
tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios»
(vv.3,4).
Como vimos en la sección anterior, nos necesitamos mutuamente porque tenemos algo
valioso que ofrecernos los unos a los otros. Tenemos entendimiento y sabiduría
espirituales que hemos adquirido en las diferentes pruebas por las que hemos pasado.
Conocemos el valor de la presencia personal de alguien amoroso. Cuando
experimentamos el consuelo de Dios en una situación angustiosa, tenemos entonces la
capacidad de identificarnos con las personas que pasan por situaciones similares.
Mientras me preparaba para escribir este librito, leí acerca de experiencias de personas
que han sufrido mucho, y hablé con otros que también conocían el dolor. Investigué para
averiguar quién los había ayudado más en sus momentos de angustia. La respuesta, una y
otra vez, fue esta: otra persona que había pasado por algo similar. Esa persona puede
sentir empatía más plenamente, y sus comentarios reflejan un entendimiento que procede
de la experiencia. A alguien que tiene una carga pesada le suena superficial y
condescendiente escuchar a otro decir: «Entiendo por lo que estás pasando», a menos que
esa persona haya pasado por lo mismo.
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”En resumen, no existe una cura mágica para una persona que sufre.
Básicamente esa persona necesita amor, porque el amor detecta
instintivamente lo que se necesita.” -Phillip Yancey
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Aunque los mejores consoladores son aquellos que han atravesado por situaciones
similares y han crecido espiritualmente a través de ellas, eso no significa que el resto de
nosotros esté libre de responsabilidades. Todos tenemos la responsabilidad de hacer lo
que esté a nuestro alcance para mostrar empatía, tratar de entender y de consolar. Gálatas
6:2 nos dice: «Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de
Cristo.» Y Romanos 12:15 afirma: «Gozaos con los que se gozan; llorad con los que
lloran.»
El doctor Paul Brand, experto en la enfermedad de la lepra, escribió: «Cuando el
sufrimiento asesta un golpe, los que estamos cerca nos quedamos aturdidos por el
impacto. Luchamos contra el nudo que se nos hace en la garganta, vamos resueltamente
al hospital de visita, susurramos unas cuantas palabras de ánimo, tal vez buscamos
artículos sobre qué decir al que sufre.
»Pero cuando pregunto a los pacientes: "¿Quién te ayudó en tu sufrimiento?", escucho
una respuesta extraña e imprecisa. La persona que describen raras veces tiene respuestas
suaves, una personalidad atractiva y efervescente. Por lo general es tranquila,
comprensiva, que escucha más de lo que habla, que no juzga ni da mucho consejo. "Una
sensación de presencia". "Alguien que está presente cuando lo necesito." Una mano que
asir, un abrazo comprensivo y de perplejidad. Un nudo en la garganta compartido»
(Fearfully and Wonderfully Made, pp. 203, 204.) [Hay traducción al castellano con el
título La obra maestra de Dios. Nota del traductor.]
Dios nos hizo para depender los unos de los otros. Tenemos mucho que ofrecer a los que
sufren, y los demás tienen mucho que ofrecer a los que tenemos problemas. Cuando
desarrollemos esa unidad, experimentaremos un consuelo mayor cuando reconozcamos
que Dios usa el sufrimiento para alertarnos respecto al problema del pecado, usa la
dificultad para dirigirnos a Él, y puede usar hasta los problemas para hacernos más
semejantes a Cristo.

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