miércoles, 22 de marzo de 2017

¿Por qué un Dios bueno peermitel sufrimiento?

¿Por qué
un Dios bueno peermitel sufrimiento?
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En nuestro dolor, ¿dónde está Dios? Si Dios es bueno y compasivo, ¿por qué la vida es a
veces tan trágica? ¿Ha perdido Dios el control? O, si Él todavía tiene el control, ¿qué es
lo que trata de hacerme a mí y a otros?
Algunas personas han optado por negar la existencia de Dios porque no pueden
imaginarse un Dios que permita la desgracia. Otros creen que Dios existe, pero no
quieren nada con Él porque no creen que pueda ser bueno. Otros se han conformado con
creer en un Dios bondadoso que nos ama, pero que ha perdido el control de un planeta
rebelde. Aún otros se aferran con firmeza a creer en un Dios sapientísimo, todopoderoso
y amoroso que de alguna manera usa el mal para bien.
Si escudriñamos la Biblia descubrimos que la misma presenta a un Dios que puede hacer
todo lo que desee. A veces actúa por misericordia y hace milagros a favor de su pueblo.
Sin embargo, en otras ocasiones ha optado por no hacer nada para impedir la tragedia. Se
supone que esté íntimamente involucrado en nuestras vidas, y sin embargo, a veces
parece sordo cuando clamamos pidiendo ayuda. En la Biblia, nos asegura que controla
todo lo que sucede, pero a veces permite que seamos el blanco de personas malas, de
malos genes, de virus peligrosos o de desastres naturales.
Si le pasa lo que a mí, seguramente anhela poder tener una respuesta a este enigmático
asunto del sufrimiento. Creo que Dios nos ha dado suficientes piezas del rompecabezas
para ayudarnos a confiar en Él incluso cuando no tenemos toda la información que nos
gustaría tener. En este breve estudio veremos que las respuestas básicas de la Biblia son
que nuestro buen Dios permite el dolor y el sufrimiento en el mundo para alertarnos al
problema del pecado, para dirigirnos a responderle en fe y esperanza, para moldearnos de
manera que seamos más semejantes a Cristo, y para unirnos, de forma que nos ayudemos
mutuamente.
Para alertarnos
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Imagínese un mundo sin dolor. ¿Cómo sería? En principio la idea puede sonar atractiva.
Se acabaron los dolores de cabeza, de espalda, los males estomacales, las palpitaciones
cuando el martillo le da en el dedo y no en el clavo, los dolores de garganta. Sin embargo,
tampoco habría una sensación que le permitiese darse cuenta de que tiene un hueso roto o
un ligamento desgarrado. No habría una alarma que le permitiese saber que tiene una
úlcera haciéndole un agujero en el estómago, ni molestia que le advirtiera de un tumor
canceroso que crece para invadir todo su cuerpo. No habría angina de pecho que le
permitiese saber que los vasos sanguíneos que llegan a su corazón se están obstruyendo,
ni dolor que le advirtiera de un apéndice herniada.
Por más que aborrezcamos el dolor, tenemos que admitir que muchas veces tiene un
propósito bueno. Nos advierte cuando algo no anda bien. El verdadero problema es la
causa de la desgracia, no la agonía en sí. El dolor es simplemente un síntoma, una sirena
o campana que suena cuando una parte del cuerpo está en peligro o se halla bajo ataque.
En esta sección veremos cómo el dolor podría ser la manera de Dios de alertarnos
respecto a que:
1. Algo anda mal en el mundo.
2. Algo anda mal con las criaturas de Dios.
3. Algo anda mal en mí.
Cualquiera de estos problemas podría ser la razón del dolor en nuestras vidas.
Examinemos cada uno de los posibles diagnósticos.
Para alertarnos
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1. Algo anda mal en el mundo. La triste condición de nuestro planeta indica que algo ha
salido terriblemente mal. El sufrimiento que experimentamos y la angustia que
percibimos en los demás indica que el sufrimiento no discrimina raza, condición social,
religión ni moralidad. Puede parecer cruel, fortuito, sin propósito ni fin determinado,
grotesco y totalmente fuera de control. A las personas que tratan de ser buenas les
suceden cosas malas, y a los que disfrutan la maldad les suceden cosas buenas.
La aparente injusticia de ello nos ha impactado a casi todos nosotros. Recuerdo cuando
mi abuela estaba muriendo de cáncer. Mis abuelos se mudaron a mi casa. Mi madre,
enfermera de profesión, la cuidó en sus últimos meses. Mamá le daba los calmantes. Mi
abuelo deseaba desesperadamente que se curase. Finalmente llegó el día en que una
carroza fúnebre se llevó su cuerpo frágil y enflaquecido. Sé que mi abuela está en el
cielo, pero con todo, me dolió. Detesté el cáncer entonces, y todavía lo detesto.
Mientras estoy aquí sentado pensando en todo el sufrimiento que han experimentado mis
amigos, compañeros de trabajo, parientes, vecinos y hermanos en la fe, casi no puedo
creer lo larga que es la lista, y eso que no está completa. Estas personas han sufrido
mucho sin que aparentemente hayan tenido la culpa de ese sufrimiento: un accidente, un
defecto congénito, un desorden genético, un aborto involuntario, un padre abusivo, dolor
crónico, un hijo rebelde, una enfermedad grave o accidental, la muerte de un cónyuge o
de un hijo, una relación rota, un desastre natural. Simplemente no parece justo. De vez en
cuando me siento tentado a dejarme dominar por la frustración.
¿Cómo podemos resolver esto? ¿Cómo vivir con las crueles verdades de la vida sin negar
la realidad ni ser vencido por la desesperación? ¿No pudo Dios haber creado un mundo
en el que nada saliese mal? ¿No pudo haber hecho un mundo en donde la gente no
tuviese nunca la capacidad de tomar malas decisiones ni de herir a otro? ¿No pudo haber
creado un mundo donde los mosquitos, la mala hierba y el cáncer no existiesen? Sí pudo,
pero no lo hizo.
El gran regalo de la libertad humana que Dios nos ha hecho, la capacidad de escoger,
lleva consigo el riesgo de tomar malas decisiones.
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”La Biblia sigue la pista a la entrada del sufrimiento y del mal en el
mundo hasta llegar a una terrible
cualidad humana: la libertad.” -Phillip Yancey
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Si usted pudiese escoger entre ser una criatura con libertad de pensamiento y un robot en
un mundo sin dolor, ¿cuál preferiría? ¿Cuál clase de ser glorificaría más a Dios? ¿Qué
tipo de criatura lo amaría más?
Nosotros pudimos haber sido creados para ser como la graciosa muñequita de pilas que
dice: «Te quiero» cuando la abrazan. Pero Dios tenía otros planes. Corrió el «riesgo» de
crear seres que pudiesen hacer lo inconcebible: rebelarse contra su Creador.
¿Qué sucedió en el paraíso? La tentación, las malas decisiones y las trágicas
consecuencias destruyeron la tranquilidad de la existencia de Adán y Eva. Génesis 2 y 3
explican minuciosamente cómo Satanás probó el amor de ellos por el Señor... y
fracasaron. En términos bíblicos, ese fracaso se llama pecado. Y de la misma manera en
que el virus del SIDA infecta un cuerpo, destruye el sistema inmunológico y conduce a la
muerte, asimismo el pecado se propaga como una infección mortal que pasa de una
generación a otra. Cada nueva generación hereda los efectos del pecado y el deseo de
pecar (Ro. 1:18-32; 5:12,15,18).
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”Dios nos susurra en nuestros placeres y habla a nuestras conciencias,
pero grita en nuestro dolor: es el megáfono que usa
para despertar a un mundo sordo.” -C. S. Lewis
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No sólo tuvo la entrada del pecado en el mundo efectos devastadores sobre la naturaleza
de los seres humanos, sino que también provocó el juicio inmediato y continuo de Dios.
Génesis 3 relata cómo la muerte física y espiritual se hicieron parte de la existencia
humana (vv.3,19), los partos se hicieron dolorosos (v.16), la tierra fue maldita con cardos
que harían difícil el trabajo del hombre (vv.17-19), y Adán y Eva fueron echados del
jardín especial donde habían disfrutado de una íntima comunión con Dios (vv.23,24).
En el Nuevo Testamento, el apóstol Pablo describió toda la creación de Dios gimiendo y
esperando anhelante el momento en que será liberada de la maldición de degeneración y
hecha de nuevo, libre de los efectos del pecado (Ro. 8:19-22).
La enfermedad, los desastres y la corrupción son síntomas de un problema mayor: la raza
humana se ha rebelado contra el Creador. Toda tristeza, aflicción y agonía son vívidos
recordatorios de nuestra difícil condición humana. Al igual que un letrero de neón
gigante, la realidad del sufrimiento comunica a gritos el mensaje de que el mundo no es
hoy aquello para lo que Dios lo creó.
Por tanto, la primera y más básica respuesta al problema de la existencia del sufrimiento
es que es el resultado directo de la entrada del pecado en el mundo. El dolor nos pone
sobre aviso de que una enfermedad espiritual está arruinando nuestro planeta. Muchas
veces, nuestros problemas pueden ser meramente los efectos secundarios de vivir en un
mundo caído, sin que tengamos directamente la culpa de ello.
Para alertarnos
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2. Algo anda mal con las criaturas de Dios. Podemos ser el blanco de actos crueles de
otras personas o del ejército rebelde de Satanás. Tanto los seres humanos caídos como los
espíritus caídos (ángeles que se han rebelado) tienen la capacidad de tomar decisiones
que los perjudican a ellos y a otros.
Las personas pueden causar sufrimiento. Como criaturas libres (e infectadas por el
pecado), las personas han tomado y seguirán tomando malas decisiones en la vida. Esas
malas decisiones muchas veces afectan a otras personas.
Por ejemplo, Caín, uno de los hijos de Adán, tomó la decisión de matar a su hermano
Abel (Gn. 4:7,8). Lamec se jactaba de su violencia (vv.23,24). Sarai maltrató a Agar (Gn.
16:1-6). Labán estafó a su sobrino Jacob (Gn. 29:15-30). Los hermanos de José lo
vendieron como esclavo (Gn. 37:12-36), y luego la esposa de Potifar lo acusó falsamente
de intentar violarla, por lo cual lo metieron en la cárcel (Gn. 39). Faraón trató con mucha
crueldad a los esclavos judíos (Éx. 1). El rey Herodes asesinó a todos los bebés que
vivían en Belén y sus alrededores en un intento de matar a Jesús (Mt. 2:16-18).
El dolor que otros nos infligen puede ser por egoísmo de su parte. O puede que usted sea
el blanco de persecución debido a su fe en Cristo. A lo largo de la historia, las personas
que se han identificado con el Señor han sufrido en manos de aquellos que se rebelan
contra Dios.
Antes de su conversión, Saulo era un rabino anticristiano que hizo todo lo posible para
hacerles la vida imposible a los creyentes, llegando incluso a cooperar para matarlos
(Hch. 7:54-8:3). Pero después de su dramática conversión al Señor Jesús, soportó
valientemente todo tipo de persecución al proclamar osadamente el mensaje del
evangelio (2 Co. 4:7-12; 6:1-10). Hasta pudo decir que el sufrimiento que soportó lo
ayudó a ser más semejante a Cristo (Fil. 3:10).
Satanás y los demonios también pueden causar sufrimiento. La historia de la vida de Job
es un vivo ejemplo de cómo una persona buena puede sufrir una tragedia increíble debido
a un ataque satánico. Dios permitió a Satanás que tomase las posesiones, la familia y la
salud de Job (Job 1-2).
Me estremezco al escribir la oración anterior. De alguna manera, y por sus propias
razones, Dios permitió a Satanás desolar la vida de Job. Podríamos inclinarnos a
comparar lo que Dios hizo con Job con un padre que permite al abusador del vecindario
darle una paliza a sus hijos sólo para ver si siguen queriendo a papá después de la misma.
Sin embargo, tal como concluyera Job, esa no es una evaluación justa de nuestro sabio y
amoroso Dios.
Nosotros sabemos, aunque Job no lo sabía, que su vida fue ejemplo de una prueba, un
testimonio vivo de la confiabilidad de Dios. Job ilustró que una persona puede confiar en
Dios y mantener su integridad aun cuando la vida se desmorone (por la razón que sea),
porque Dios es digno de confianza. Al final, Job aprendió que, aunque no comprendía el
propósito de Dios, tenía muchas razones para creer que Dios no estaba siendo injusto, ni
cruel, ni sádico al permitir que su vida fuese destruida (Job 42).
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”… ¿Recibiremos de Dios el bien, y el
mal no lo recibiremos?...” -Job 2:10
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El apóstol Pablo padecía de un problema físico que atribuía a Satanás. Lo llamaba
«aguijón en la carne... mensajero de Satanás que me abofetee» (2 Co. 12:7). Pablo oró
para ser liberado del problema, pero Dios no se lo concedió. En vez de ello lo ayudó a ver
cómo esa dificultad podía tener un buen propósito. Hacía a Pablo depender humildemente
de Dios y lo colocaba en una posición que le permitió experimentar Su gracia (vv.8-10).
Aunque la mayoría de las enfermedades no se pueden atribuir directamente a Satanás, los
evangelios sí registran unos cuantos ejemplos de sufrimiento atribuidos a él, incluyendo
un ciego y un mudo (Mt. 12:22) y un muchacho lunático (17:14-18).
Para alertarnos
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3. Algo anda mal en mí. Muchas veces, cuando algo anda mal en nuestras vidas,
concluimos rápidamente que Dios nos está castigando por algún pecado. Eso no es
necesariamente cierto. Como indicamos antes, gran parte de nuestro sufrimiento se debe a
que vivimos en un mundo imperfecto habitado por personas imperfectas y espíritus
rebeldes.
Los amigos de Job creyeron erróneamente que él estaba sufriendo por algún pecado que
había en su vida (Job 4:7,8; 8:1-6; 22:4,5; 36:17). Los propios discípulos de Jesús
llegaron a una conclusión equivocada cuando vieron al hombre ciego. Se preguntaron si
el problema visual de aquel hombre se debía a un pecado personal o a algo que sus padres
habían hecho (Jn. 9:1,2). Jesús les dijo que el problema físico de dicho hombre no estaba
relacionado con su pecado personal ni con el pecado de sus padres (v.3).
Con estas precauciones en mente necesitamos lidiar con la dura verdad de que hay
sufrimientos que sí son una consecuencia directa del pecado, ya se trate de una disciplina
correctiva de parte de Dios hacia los que ama, o de un acto punitivo de Dios a los
rebeldes del universo.
Corrección. Si usted y yo hemos depositado nuestra confianza en Cristo como Salvador
somos hijos de Dios. Como tales, somos parte de una familia cuya cabeza es un Padre
amoroso que nos entrena y nos corrige. Dios no es un padre abusivo y sádico que asesta
golpes severos porque obtiene de ello algún placer perverso.
Hebreos 12 afirma:
...Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido
por él; porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo. Por
otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los
venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus y
viviremos? Y aquellos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les
parecía, pero éste para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad
(He. 12: 5,6,9,10).
Y a la iglesia de Laodicea Jesús le dijo: «Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé,
pues, celoso, y arrepiéntete» (Ap. 3:19).
El rey David sabía lo que era experimentar el amor firme del Señor. Después de su
adulterio con Betsabé y de confabular para que matasen a su esposo en la batalla, David
no se arrepintió hasta que el profeta Natán lo confrontó. El Salmo 51 recuenta la lucha de
David con la culpa y su clamor por perdón. En otro salmo, David reflexionó en los
efectos de tapar e ignorar el pecado. Escribió: «Mientras callé, se envejecieron mis
huesos en mi gemir todo el día. Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano...»
(Sal. 32:3,4).
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”… Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes
cuando eres reprendido por él; porque el Señor al que ama,
disciplina…” -Hebreos 12:5,6
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En 1 Corintios 11:27-32, el apóstol Pablo advirtió a los creyentes que tratar con ligereza
las cosas del Señor -como participar de la Santa Cena sin tomarla en serio- acarrea
disciplina. Pablo explicó que esta disciplina del Señor tenía un propósito. Dijo: «Mas
siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados con el
mundo» (v.32).
La mayoría de nosotros comprende el principio de que Dios, al que ama disciplina. Es de
esperar que un padre amoroso nos corrija y nos llame a renovar nuestra obediencia a Él.
Juicio. Dios también actúa para lidiar con los incrédulos obstinados que persisten en
hacer el mal. Una persona que no haya recibido de Dios el regalo de la salvación puede
esperar ser objeto de la ira de Dios en el día del juicio futuro y el peligro de un juicio
severo ahora si Dios así lo decide.
El Señor produjo el diluvio para destruir a la decadente humanidad (Gn. 6). Destruyó a
Sodoma y Gomorra (Gn. 18-19), envió plagas a los egipcios (Éx. 7-12), mandó a Israel a
destruir completamente a los paganos que habitaban la Tierra Prometida (Dt. 7:1-3), mató
al arrogante rey Herodes del Nuevo Testamento (Hch. 12:19-23), y en el día del juicio
futuro repartirá justicia perfecta a los que rechacen su amor y autoridad (2 P. 2:4-9).
Sin embargo, aquí y ahora enfrentamos desigualdades. Por razones sapientísimas que
sólo Él conoce, Dios ha optado por retrasar su justicia perfecta. Asaf, autor de algunos
salmos, luchaba con esta aparente injusticia de la vida. Escribió acerca de los malvados
que hacían lo malo sin ser castigados, incluso prosperaban, mientras que muchos justos
tenían problemas (Sal. 73). Respecto a la prosperidad de los malvados dijo: «Cuando
pensé para saber esto, fue duro trabajo para mí, hasta que entrando en el santuario de
Dios, comprendí el fin de ellos» (vv.16,17). Asaf pudo volver a ver las cosas desde la
perspectiva correcta cuando meditó en el soberano Señor del universo.
Cuando luchemos con la realidad de que los malvados están literalmente cometiendo
asesinatos impunemente y toda clase de inmoralidad, necesitamos recordar que «el
Señor... es paciente para con todos, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos
procedan al arrepentimiento» (2 P. 3:9).
Entonces, la primera parte de la respuesta al problema del sufrimiento es que Dios lo
utiliza para alertarnos frente a graves problemas. El dolor suena la alarma que indica que
algo anda mal en el mundo, en la humanidad en general, en ti y en mí. Pero como
veremos en la próxima sección, Dios no sólo avisa que hay problemas, sino que también
los usa para exhortarnos a encontrar las soluciones: en Él.

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